lunes, 29 de julio de 2013

Deliciosa humedad



— Perdóname.

— No importa, sigue.

Obedeció y continuó penetrando a la mujer, sintiendo en sus dedos esa deliciosa humedad. Una de sus uñas, cortadas con negligencia, tropezó de nuevo con algo en el interior de su amante.

— ¿Te lastimé?

La pregunta no se debía sólo a la cortesía, sino también a la sincera preocupación.

— ¿Mmm? No.

Percibió el deseo en su parca respuesta, así que se perdió en la profundidad del amor y la embistió con fuerza. Con la mano libre, le acariciaba los senos y, cuando era posible, se agachaba un poco para darle severos besos apasionados.

La oyó gemir muy fuerte y se escuchó a través de la capa gruesa y brumosa de los orgasmos múltiples, gimiendo también. Luego todo se detuvo y, por primera vez en su vida, se descubrió sudada y muy cansada.

— Discúlpame si te lastimé.

— Está bien, aunque no lo hiciste —se apresuró a responder con una sonrisa.

Ella ni siquiera notó a qué hora se quedó dormida.

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