— Perdóname.
— No importa, sigue.
Obedeció y continuó penetrando a la mujer,
sintiendo en sus dedos esa deliciosa humedad. Una de sus uñas, cortadas con
negligencia, tropezó de nuevo con algo en el interior de su amante.
— ¿Te lastimé?
La pregunta no se debía sólo a la cortesía,
sino también a la sincera preocupación.
— ¿Mmm? No.
Percibió el deseo en su parca respuesta, así
que se perdió en la profundidad del amor y la embistió con fuerza. Con la mano
libre, le acariciaba los senos y, cuando era posible, se agachaba un poco para
darle severos besos apasionados.
La oyó gemir muy fuerte y se escuchó a través
de la capa gruesa y brumosa de los orgasmos múltiples, gimiendo también. Luego
todo se detuvo y, por primera vez en su vida, se descubrió sudada y muy
cansada.
— Discúlpame si te lastimé.
— Está bien, aunque no lo hiciste —se apresuró
a responder con una sonrisa.
Ella ni siquiera notó a qué hora se quedó
dormida.
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