jueves, 25 de julio de 2013

Oso de peluche

— A ella no le gustan los peluches —apuntó apelando a los catorce años que llevaba de conocerla—. Si no sé qué le han hecho —añadió levantando los hombros en un gesto de molestia fingida.

La mujer a la que se refería se encogió aún más en el sillón, avergonzada, muy avergonzada. Creyó que Irina, la persona a quien su mejor amiga dirigía los comentarios en ese momento, pensaría que todo en ella era una estupidez.

— Irina, no le hagas caso a Violeta, por favor —murmuró apenas lo suficientemente audible.

Irina sonrió.

— Te había traído esto —dijo sacando de su bolso un pequeño oso rosa con una bufanda de colores—. Igual quiero que lo conserves.

Lo extendió hacia ella. Y ella lo recibió, lo observó por unos minutos y sonrió con el rostro terriblemente rojo. Violeta no pudo reprimir una sonora carcajada.

— G-gracias.

Irina se le acercó más y le dio un beso pequeño en los labios.

— Así me gustas, Katia, justo así.

Esta vez, Violeta se limitó a cerrar los ojos, deseando que alguien la quisiera así.

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