— A ella no le gustan los peluches —apuntó apelando a los catorce años que llevaba de conocerla—. Si no sé qué le han hecho —añadió levantando los hombros en un gesto de molestia fingida.
La mujer a la que se refería se encogió aún más en el sillón, avergonzada, muy avergonzada. Creyó que Irina, la persona a quien su mejor amiga dirigía los comentarios en ese momento, pensaría que todo en ella era una estupidez.
— Irina, no le hagas caso a Violeta, por favor —murmuró apenas lo suficientemente audible.
Irina sonrió.
— Te había traído esto —dijo sacando de su bolso un pequeño oso rosa con una bufanda de colores—. Igual quiero que lo conserves.
Lo extendió hacia ella. Y ella lo recibió, lo observó por unos minutos y sonrió con el rostro terriblemente rojo. Violeta no pudo reprimir una sonora carcajada.
— G-gracias.
Irina se le acercó más y le dio un beso pequeño en los labios.
— Así me gustas, Katia, justo así.
Esta vez, Violeta se limitó a cerrar los ojos, deseando que alguien la quisiera así.
La mujer a la que se refería se encogió aún más en el sillón, avergonzada, muy avergonzada. Creyó que Irina, la persona a quien su mejor amiga dirigía los comentarios en ese momento, pensaría que todo en ella era una estupidez.
— Irina, no le hagas caso a Violeta, por favor —murmuró apenas lo suficientemente audible.
Irina sonrió.
— Te había traído esto —dijo sacando de su bolso un pequeño oso rosa con una bufanda de colores—. Igual quiero que lo conserves.
Lo extendió hacia ella. Y ella lo recibió, lo observó por unos minutos y sonrió con el rostro terriblemente rojo. Violeta no pudo reprimir una sonora carcajada.
— G-gracias.
Irina se le acercó más y le dio un beso pequeño en los labios.
— Así me gustas, Katia, justo así.
Esta vez, Violeta se limitó a cerrar los ojos, deseando que alguien la quisiera así.
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