— Tú has estado aquí desde el principio, ¿no?
—estaba recostada en sus piernas, con los ojos cerrados, disfrutando el viento
que jugueteaba con su cabello.
— Eso creo, soy una Diosa después de todo.
— ¿Y cómo era?
— No lo sé —murmuró acariciando el rostro de
la otra mujer, centrándose en los labios—. ¿Acaso tú recuerdas todo?
— No, y eso que no he vivido tantos años —se
incorporó, apartando la mano de la
Diosa, hasta quedar de frente a su rostro, como si fuera a
besarla.
— Casi —emitió concentrada en los ojos de
color extraño de la mujer y cautivada por los rasgos finos de la cara.
— No tantos, insisto. Habría muerto de
aburrimiento —sonrió mostrando el par de colmillos raramente alargados y
mostrando una lengua traviesa que los recorría.
— Me encontraste, Vampireza, por eso no
moriste —su tono arrogante hizo que la mencionada dejara de sonreír. La Diosa aprovechó el momento
para robarle un beso superficial.
—
Tal vez tengas razón —colocó una mano en un hombro de la completamente inmortal
y la otra detrás de su cabeza para atraerla y besarla con profundidad. Fue un
beso apasionado pero lento, de cualquier forma disponían de la eternidad para
amarse.
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