miércoles, 17 de julio de 2013

Derecho de antigüedad

— ¿Tú me conoces? —preguntó de repente mientras iba sentado en sus piernas, interrumpiendo incluso la plática sobre el Hombre Araña. Sus ojos, característicamente grandes para un niño de su edad, la miraron fijamente.

— Sí —fue su respuesta. "¡Claro que sí!", quiso añadir, pero en lugar de eso volteó hacia el asiento del copiloto y observó una parte del perfil de la madre del niño.

— ¿Y tú quién eres? —la segunda pregunta pero la misma mirada.

Dudó un segundo sin saber cuál de todas las ideas que tenía se ajustaba más a lo que su mente y su corazón querían transmitir.



"Estoy embarazada"

Su voz en un susurro. Ella contuvo las lágrimas.

"Pero nada va a cambiar".

Y ella siempre supo que sería una mentira. Le dio un beso en los labios, el último, y le deseó suerte. Luego se fue a terminar la universidad y a empezar una maestría para no recordar que el padre de esa criatura tenía ya mucho más que el derecho de antigüedad que ella siempre se había adjudicado.



— Una amiga de tu mamá —su mirada se encontró con la de la aludida justo cuando ésta se miraba en el espejo de vanidad—. Tú no me recuerdas, pero yo te conocí antes de que nacieras, imagina que eras más pequeño que tu hermanito —sonrió señalando al bebé que iba sentado en las piernas de la mujer que se decía su amiga.

La respuesta pareció satisfacer al niño, así que siguió hablando de arañas gigantosas, tigres para montar y leones demasiado pequeños. Mientras ella sonreía, reía y hacía comentarios, miraba a su amiga cubrirse el moretón que su esposo le había dejado en el pómulo izquierdo. 

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