lunes, 3 de junio de 2013

Cristal

Laura vio en Cristal a una mujer sensual, de curvas bien formadas, rostro sin maquillaje y ganas de entablar conversación. Contrario a todas las ideas que había acumulado a lo largo de más de treinta años de vida, le gustó. No era como si no le hubiese ocurrido antes, fue simplemente que en ella vio a la mujer capaz de borrarle del corazón la leyenda luminosa y grabada con letras gordas que su pareja anterior había dejado.

Desde que su relación pasada había fracasado, Laura esperó pacientemente cada día y cada noche, cuando no soñaba y cuando ya se había cansado de trabajar. Esperó tanto que le salieron callos en esa glándula que casi nadie conoce y cuya ubicación casi nadie sabe pero que está destinada a producir secreciones hormonales ideales para no ver pasar el tiempo aunque se estrelle contra el retrovisor.

Y llevaba exactamente ochocientos y dos días más tres horas en esa espera continua cuando vio a Cristal en esa cafetería a la que le había agarrado manía. Incluso le pareció una de esas increíbles casualidades de la vida que tienen lugar cuando algo debe pasar y los recursos ya se han acabado, porque Laura no tenía razón de estar allí precisamente ese día y Cristal estaba que se caía de borracha.

― Me gustas ―le dijo Cristal cuando se acercó a la misma mesa del fondo que siempre utilizaba Laura, con la mirada triste y las manos cruzadas.

Laura no respondió. Quiso ignorarla pero no pudo evitar notar lo bien que le venía ese contacto humano. La mujer presa del alcohol empezó a reír casi histéricamente, tanto que varios pares de lagrimones resbalaron por la comisura de sus ojos. Sin esperar siquiera una invitación, se sentó frente a Laura, en el lugar que siempre había estado vacío. Y habló, habló por horas, entreteniendo a la solitaria.

Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, se encontró no sólo disfrutando la compañía de la casi desconocida, sino también bailando en el centro de la cafetería al son de la música clásica. Sin realmente desearlo, rió. Olvidó todos los días que había esperado y la leyenda de las letras gordas pasó a ser un punto gordo. Se tocó el pecho y notó que aún dolía pero también que la sensación había disminuido.

Laura se acercó a Cristal para besarla pero antes de lograrlo ésta murmuró:

― En realidad no estoy borracha, sólo quería verte feliz.

Laura asintió, admitiendo que por primera vez en más de dos años, se le hacía justo estar acompañada.

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