viernes, 21 de junio de 2013

La mujer de negro

Se le acercó a la mujer de negro, muy cerca de sus labios, muy cerca de sus manos. Se dejó llevar por el impulso doloroso del placer físico. Se le acercó y la lamió, la mordió y finalmente la besó. Sus lenguas se juntaron lujuriosamente, justificando los años de espera contenida. La lluvia iluminaba el consultorio vacío y el piso estaba frío pero a su espalda desprotegida en realidad no le importó. A lo lejos, en alguna habitación cercana, sonaba un instrumento musical, una guzla tal vez.

Dejó de tener el control sobre sí misma antes de verse completamente desnuda sobre el piso lleno de polvo, antes de ensuciarse, antes de tener a la mujer de negro encima besando su cuello y deslizando sus manos por su cuerpo húmedo. Fue antes de sentir las ropas ajenas mojadas, antes de murmurar, susurrar o gemir que se las quitase porque podía enfermarse, porque estaban solas y nadie la iba a ver. Ocurrió mucho antes de recibir la negativa, de sentir la embestida y de ver miles de luces reflejadas en los árboles de la calle.

Comenzaba a oscurecer cuando la mujer de negro se alejó y se sentó en un sillón dedicado a terapia. Ella se quedó acostada, como dormida. Después de un rato se levantó.

-- Eres un demonio --le dijo antes de comenzar a vestirse. Sin realmente notarlo, su corazón latió de nuevo.

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