jueves, 13 de junio de 2013

Señorita Raratemiku

Señorita Raratemiku, de negros cabellos enredados, talle distinto al de la modelo más elegante, sonrisa siempre inconforme y poco amigable. Señorita de los designios, que con el poder de su mano blanca sacude a la más terrible montaña, que ha podido traspasar mi coraza, que ha derrumbado mi pared. Señorita soberbia pero serena, irascible pero tranquila, amable pero mordaz, así la conocí y espero no volver a toparme con usted, ni hoy ni mañana ni nunca, ni en esta ni en mil vidas más, ni siendo una chinche, porque usted me aplastaría, ni siendo un hombre, porque me rompería el corazón.

Señorita Raratemiku, de vestidos siempre elegantes, me declaro su humilde servidora, porque mi instinto masoquista me obliga a ello, porque si he de sufrir prefiero que sea con usted, pero que sea un dolor lento, profundo, que no se prolongue demasiado, que no me lleve a la agonía y, como ya le dije, que no me haga volver a encontrarla. Soy su servidora por los dos segundos que el enorme espacio nos regale o, más, bien, con los cuales me martirice. Y me pongo a su entera disposición para recogerla en su mansión, para llevarla de paseo por los Campos Elíseos y para observarla mientras se hace la toilette.

Señorita Raratemiku, la amo profundamente, con sinceridad. Sé que usted nunca podrá corresponder al amor que esta dama de sociedad le otorga, pero permítame estar a su lado, ya no como su más querida amiga, sino como su sirvienta si así le parece lo mejor, o como la simple Condesa que soy, cumpliendo las exigencias de nuestra sociedad. La amo tanto que me dejaría matar si no tuviese un honor que proteger, una hija por la cual velar y el apellido de mi difunto esposo para honrar.

Señorita Raratemiku, déjeme envolverme en el suave aroma de su perfume matinal y permítame besar su mano al saludarla cuando nadie nos voltee a ver. Sólo le pido que me conceda la libertad de tener en el corazón este amor tan grande. Eso es todo.

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