miércoles, 19 de junio de 2013

La gatita

La gatita se dejó tocar, primero desde las orejas, afablemente, y luego desde la cola, casi con nostalgia. Se llamaba Artia o así le había puesto cuando la vio tan pequeñita e indefensa parada en la puerta de su casa, con la lluvia amenazándolas desde las alturas. Desde ese instante sintió la extraña conexión que ella sólo creía capaz de tener con algunas personas y la enorme parte vacía de su corazón emitió un sonido extraño, como el que hace un órgano cuando le sale sangre.

Entraron juntas a la casa para que después el cielo se desplomara, que el volcán hiciera erupción y las cenizas llenaran todo el paisaje. Rebeca se acostó en el sillón junto con Artia, viéndolo todo palidecer, abrazando a la gatita que pasaba a ser ya parte de su existencia. Sin querer, volteó hacia la foto que había mandado a ampliar y que en ese instante colgaba sobre la televisión; sorprendió la mirada alegre de su antigua esposa, la que había muerto hacía unos meses.

Comenzó a llorar, sin clemencia, lastimándose, atormentándose. La gatita le lamió la cara con un cariño sin precedentes para Rebeca. Luego, con lentitud, le pareció ver que en la fotografía la mujer que había sido su amor la miraba con lágrimas en los ojos pero feliz...

— Así que reencarnar tarda seis meses —murmuró Rebeca.

Abrazó a la gatita y ya no la soltó.

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