sábado, 15 de junio de 2013

El año siguiente

Era frustrante estar con ella a solas, tratar de encontrar algo que decir o algo que le pareciera para hacer. Causaba enfado y desesperación, pero Carolina concluyó que todo se debía a un comportamiento masoquista clínicamente diagnosticado de ambas partes que las unía sin cesar. Después de todo, siempre había sido así, desde que tenían 19 años. Se dejaban de ver por un año, dos como máximo y luego volvían a contrarse, salían un par de veces y se alejaban nuevamente.

Era el ciclo de sus vidas. Pero Carolina ya se había aburrido y estaba casi a punto de echar todo a perder, de deshacer la continuidad eterna. Liliana le había llamado ese mismo día para invitarla al cine y como Carolina ya se sabía de memoria la hazaña, aceptó. No podía negar que no se hubiera divertido, que no hubiese sido un buen rato, mas un comentario de Liliana la hizo entrar en razón y preguntarse si en realidad necesitaba la amistad de esa mujer.

Se cubrió el rostro con el velo que solía llevar cada vez que salía, se volteó hacia la ventana del autobús y decidió conciliar el sueño. Después empezó a sentir culpa, que era ella la amargada, que Liliana era de cierta forma y no estaba interesada en ella, que buscaba en vano coquetear con la apatía en persona. Sin pensarlo demasiado, le hizo una seña a Liliana para que se bajara del autobús, la guió a otro y volvieron a sentar en silencio.

¿Por qué tenía que importarle? No era su novia, ni su amante, ni siquiera su amiga. La única vez que intentaron tener sexo, a pesar de haber estado borrachas, desistieron. Se veían de vez en cuando y no podían pasar de la tercera cita. Liliana no estaba interesada en ella... Vio el lugar donde debía bajarse. ¿Debía disculparse? Increíblemente, sentía el irresistible deseo de que su acompañante la jalara del brazo cuando se fuera a bajar y la besara como aquella noche en el hotel.

Movió la cabeza para negar todo. No había marcha atrás. Tal vez ésa sí sería la última vez y ya no habría año siguiente. Se levantó.

— Este autobús te llevará al metro —vaciló—. Y lo siento, es que la vida me ha hecho amargada.

— No hay problema —respondió Liliana de esa forma indiferente que tanto la hacía enojar.

Se dirigió a la puerta sin agregar ni quitar, con el "nos vemos" en la punta de la lengua. Tocó el timbre y bajó mucho antes de que el autobús se detuviera por completo. Sin querer mirar el camino que la otra había emprendido sin, seguramente, voltear hacia atrás, cruzó la calle corriendo.

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