lunes, 17 de junio de 2013

El dolor de la decepción

Lo que no sabía era que así se sentía el dolor de la decepción, un retortijón en el estómago, una bala de cañón atada a los pies y un golpe contra un árbol en la frente. Tampoco se dio mucho tiempo para pensarlo, Melisa salió corriendo sin oír más explicaciones que sus lágrimas ni más impulso que su maltrecho pundonor. Se golpeó contra un poste en el brazo, se cayó y se raspó las manos, se rasgó la cara con una rama...

No llevaba abiertos los ojos porque el dolor de ver a la mujer que amaba besándose con un hombre que alguna vez fue su amigo había destrozado hasta su visión. Corría o caminaba o las dos cosas a la vez sin saber a dónde iba. No oía, no hablaba, casi no respiraba, sólo pensaba que si en ese momento un carro la mataba, todo sería mejor y más fácil, más llevadero por lo menos o más olvidable.

Contrario a todo, sólo cayó aturdida por el certero golpe de otro cuerpo como el suyo, sólo que más grande. Vio que por un instante todo se volvía negro y al siguiente sintió que unos brazos la rodeaban mientras la dueña de ellos decía casi llorando que la perdonara por no fijarse. Melisa casi vio estrellas, azules, amarillas y verdes, y de colores que no conocía. Quiso haber perdido la memoria pero el recuerdo del amor de su vida volvió sin cesar.

— Está bien —logró decir abrumada por un dolor más grande que el del golpe en la cabeza. Se levantó y, sin querer, se llevó las manos al estómago y se dobló en dos.

— Es la decepción —dijo la otra—. Créeme, sé lo que se siente.

Melisa casi pudo sonreír y a partir de ese instante la existencia fue un poco más llevadera.

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