domingo, 9 de junio de 2013

Muerte repentina

La amaba con esa fuerza soberana y regia con la que sólo una mujer puede amar a otra. La amaba y la seguía amando a través de las cortinas de seda y las telas ámbar de tul. Incluso la siguió amando cuando ella se fue por ocho años y regresó convertida en princesa del reino de Axbar. En las raras ocasiones en las que tenía el honor de verla, su velo transparente no le dejaba contemplar los labios perfectos que en otro tiempo quiso besar y que en sus más atrevidas fantasias rozó con pasión.

La actual princesa se había casado con un príncipe moreno y maculino que era la mejor propuesta para una mujer tan magnífica. A Ashina no le complacía en demasía pero estaba consciente de que era la voluntad de Allah, del destino o de algún poder misterioso que se negaba a hacer acto de presencia. Por eso lloraba de vez en cuando con moderación, culpando a todo el mundo conocido y por conocer por arrebatarle a la princesa. Sus lágrimas se vertían en un cántaro de metal que luego vaciaba en las orillas del mar.

Así la siguió amando, hasta que la princesa volvió a irse al lejano reino en el cual gobernaría con su cetro de oro y sus aretes de diamantes finos. Ashina no quiso casarse, así que se dedicó a hacer vestidos en los que proyectaba sus fantasías. Por ejemplo, si llegaba una señorita próxima a casarse, Ashina imaginaba que ella se casaría con la princesa y ponía todo su empeño en hacer un vestido hermoso y deslumbrante. La costurera tuvo pretendientes pero a todos rechazó sin la menor compasión.

Y como el tiempo pasa aunque uno desee lo contrario, los meses se volvieron años y los años eternidades. Tres eternidades después, Ashina ya no era la mujer joven de piel oscura, ojos verdes, cabellos largos y castaños y sonrisa perfecta. Si bien su belleza de antaño seguía presente, algo en su fisonomía había dejado de aparecer cada vez que hablaba, caminaba o reía. Le faltaba un algo o tal vez estaba escondido debajo de su piel quemada por los destellos del sol.

El secreto estaba en que Ashina seguía amando a su princesa. Había oído que pronto, tal vez en una eternidad más, se acercaría de nuevo a la aldea. Ella era ya reina de Axbar y futura regidora del universo de Nim. Es decir, estaba lejos del alcance de la pobre Ashina, quien seguía haciendo vestidos y paseando bajo el sol quemante del medio día. Ningún hombre se le acercaba ya puesto que en su mirada existía cierto desdén moratorio que desanimaba al mundo.

De esa forma pasó otra eternidad y la princesa se volvió regidora del universo de Nim. Por fin, hizo la visita a la aldea. Desde muy temprano, Ashina se fue a formar a la plaza principal ya que se decía que la regidora escucharía a algunas personas y les ayudaría a solucionar sus problemas, proporcionándoles presupuesto, consejo o cariño, según fuese el caso. Ashina se había puesto un vestido de novia que guardaba desde hacía dos eternidades y era la décima persona en la fila.

La princesa apareció vistiendo un magnífico atuendo de telas transparentes. Esa vez, no llevaba velo que le cubriera el rostro pero sí uno para sus largos cabellos, mismos que sobresalían sin dificultad. La regidora seguía siendo hermosa y en realidad parecía escuchar, con serena preocupación, los problemas del pueblo. Después de tres horas, que en comparación con todas las eternidades que había esperado no eran nada, el turno de Ashina llegó.

Sin poder evitarlo, sus ojos se llenaron de lágrimas y tuvo tiempo de sacar el cántaro.

— Ashina, no llores —susurró la princesa. La aludida ya casi no recordaba esa voz, por más que se esforzaba en hacerlo cada noche, privándose a veces del sueño.

— Te sigo amando —respondió controlando el llanto—. Hace ya cinco eternidades que nos conocemos, con sus respectivos días, horas y segundos, y en ningún momento he podido dejar de amarte.

La princesa se levantó del trono improvisado, se acercó a Ashina y la abrazó.

— Vengo a que cumplas tu promesa —declaró la joven aferrándose a la princesa, tratándole de mostrar sin palabras y sin gestos el vestido del cual hacía gala.

— De acuerdo —fue la contestación.

La princesa regidora se arrodilló, tomó la mano de Ashina y pronunció unas sílabas en un idioma desconocido.

— Sí —fue la respuesta de Ashina.

Se tomaron de la mano, se besaron en los labios, lenta y levemente, y se desvanecieron en medio de una nube de estrellas. Ashina la siguió amando a través de todo el brillo y la voluptuosidad de la muerte repentina y, esa vez, su amor fue correspondido.

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