viernes, 7 de junio de 2013

Te tocó

Te tocó con sus manos suaves y humectadas, libres de imperfecciones. Lentamente recorrió tus piernas estrechas, despertando en ti sensaciones olvidadas. Se hizo cargo de acariciar tu cuello, sentir tus mejillas y besar tus labios con una yerma pasión sin límites. Sus dedos bajaron hacia tus pechos, sintiendo tus pezones erectos, concentrándose en ellos, tratando de controlarse para no desnudarte de una vez y para siempre.

Su paciencia se hizo cargo de tu ansiedad. Tú sabías que todo iba más allá de lo físico, víctima de un amor sin límites, extinto y sin razón pero intenso. Y no te importaba el ruido de los transeúntes a las dos de la tarde, sus pies asomándose por el minúsculo ventanal del sótano que con poca convicción reemplazó al hotel. Tampoco te importó el vacío que ella sentía y tu sentimiento de ser sólo el reemplazo.

Sumergió sus labios sedosos en tus pechos amables y receptores. Lentamente, con la parsimonia que nunca antes habías tenido, te quitó la blusa y te desabrochó el sostén. Tu corazón se hinchó porque en ese momento sentiste todo el amor, todo el placer y toda la entrega de la cual eras capaz que antes se habían desperdiciado. No pudiste hablar porque quisiste llorar, pero no de tristeza sino de la felicidad más grande de tu existencia.

Tus manos se aferraron a sus cabellos largos, lacios y teñidos, hermosos en toda la extensión de la palabra y perfectos como cada membrana de su ser. La acariciaste, saboreando la fragancia infinita del amor no correspondido. Ella te quitó también el pantalón y se deshizo sin problemas de tu ropa interior. Gemiste, gemiste muchas veces, sin culpa, sin vergüenza, sin humillación, gemiste encontrando la verdadera esencia del placer físico.

Ella tocó tu vientre, lo olió y probó, deleitándose. Tus ojos se enredaron en sus expresiones y tu corazón se perdió en su verdad absoluta. Todo se quedó allí, congelándose en el momento en el cual su humanidad penetró en la tuya, abstrayéndose del cuerpo, elevándose, moviéndose, dejándose llevar. En medio de la confusión del momento, de lo indescriptible del placer, te dijiste que nunca la dejarías ir y que con nadie habías logrado tal conexión.

Hicieron el amor por mucho tiempo. Eso era hacer el amor, el verdadero. Tú antes sólo habías tenido sexo, experimentado un gusto casual. Esa vez, te quedarías para siempre plantada en los designios de tu ser superior.

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