viernes, 15 de julio de 2016

[Butterfly] 9. Límite



IX. Límite


Intenta llenarse los pulmones de aire, todo el que sea posible. Se empuja de la pared, se coloca en posición de flecha y comienza a desplazarse con patadas de delfín. La meta es recorrer toda la longitud de la alberca sin salir a tomar aire. Se supone que es una gran manera de mejorar la capacidad pulmonar.

No sabe cuántos metros ha recorrido pero siente que necesita salir a respirar. Hace un último intento, libera el aire que le queda, patea con más fuerza e intenta pensar en otra cosa, distraer la mente. Alcanza a ver por el rabillo del ojo a las personas que nadan en el carril de a lado. Intenta aferrarse a eso.

Finalmente decide que no puede más y sale a respirar. Ha avanzado treinta y ocho penosos metros de los cincuenta que se supone debería poder hacer. Aunque ha superado su límite anterior, no se siente del todo feliz.

En lugar de dirigirse a la orilla y esperar allá a sus compañeras, se queda unos segundos en el mismo lugar. En esa parte la alberca tiene una profundidad de dos metros y medio y disfruta la sensación de no poder tocar el fondo.

Es la primera vez que se toma unos momentos para observar lo que pasa en los demás carriles. Entonces lo nota. En el carril de su derecha están nadando en mariposa y una de las personas, la que nada al frente de las otras, tiene una técnica impecable. No puede despegar los ojos, la hipnotiza el movimiento de las piernas, la forma tan perfecta de pasar los brazos por encima del agua... Espera verse de esa manera cuando nada.

La persona pasa a su lado y Erica ahora sí se dirige hacia la orilla. No alcanza a llegar; la persona cuyo nado la cautiva da la vuelta y nada de regreso. La reconoce. Marisol no le había dicho que sabía nadar ese estilo y mucho menos que lo hacía tan bien. Erica está segura de que podría competir con facilidad.

Se propone convencerla de unirse al equipo de competencia. Sonríe emocionada. En ese momento una de sus compañeras sale a respirar a los cuarenta metros. Se maldice pero la emoción no se desvanece. No importa si ese día no logra esa meta, ya vendrán otros días.

A los lejos, en el otro extremo de la alberca, distingue el rostro sonriente de Marisol. Suelta una risita. Le alegra que la pequeña haya decidido hablarle. Le alegra mucho más de lo que creía posible. la pared, se coloca en posicile. Se empueja de

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