IX. Límite
Intenta llenarse los pulmones de
aire, todo el que sea posible. Se empuja de la pared, se coloca en posición de flecha
y comienza a desplazarse con patadas de delfín. La meta es recorrer toda la
longitud de la alberca sin salir a tomar aire. Se supone que es una gran manera
de mejorar la capacidad pulmonar.
No sabe cuántos metros ha
recorrido pero siente que necesita salir a respirar. Hace un último intento,
libera el aire que le queda, patea con más fuerza e intenta pensar en otra
cosa, distraer la mente. Alcanza a ver por el rabillo del ojo a las personas
que nadan en el carril de a lado. Intenta aferrarse a eso.
Finalmente decide que no puede
más y sale a respirar. Ha avanzado treinta y ocho penosos metros de los
cincuenta que se supone debería poder hacer. Aunque ha superado su límite
anterior, no se siente del todo feliz.
En lugar de dirigirse a la orilla
y esperar allá a sus compañeras, se queda unos segundos en el mismo lugar. En
esa parte la alberca tiene una profundidad de dos metros y medio y disfruta la
sensación de no poder tocar el fondo.
Es la primera vez que se toma
unos momentos para observar lo que pasa en los demás carriles. Entonces lo
nota. En el carril de su derecha están nadando en mariposa y una de las
personas, la que nada al frente de las otras, tiene una técnica impecable. No
puede despegar los ojos, la hipnotiza el movimiento de las piernas, la forma
tan perfecta de pasar los brazos por encima del agua... Espera verse de esa
manera cuando nada.
La persona pasa a su lado y Erica
ahora sí se dirige hacia la orilla. No alcanza a llegar; la persona cuyo nado
la cautiva da la vuelta y nada de regreso. La reconoce. Marisol no le había
dicho que sabía nadar ese estilo y mucho menos que lo hacía tan bien. Erica
está segura de que podría competir con facilidad.
Se propone convencerla de unirse
al equipo de competencia. Sonríe emocionada. En ese momento una de sus
compañeras sale a respirar a los cuarenta metros. Se maldice pero la emoción no
se desvanece. No importa si ese día no logra esa meta, ya vendrán otros días.
A los lejos, en el otro extremo
de la alberca, distingue el rostro sonriente de Marisol. Suelta una risita. Le
alegra que la pequeña haya decidido hablarle. Le alegra mucho más de lo que
creía posible.
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