III. Húmedo
Va a llover. Marisol
puede sentir lo húmedo en el ambiente. Desea que la mujer a la que está
esperando salga rápido. No le apetece caminar bajo la lluvia después de haber
nadado durante una hora. Suficiente agua por un día.
―Hola. ¿Sigues por aquí?
Da un pequeño brinco por
la sorpresa y piensa en mil maneras de responder esa pregunta.
―Sí ―articula y se da cuenta
de que los nervios le están jugando una mala pasada―. ¿Ya te vas?
Por dentro se ríe. Ha
caído en el juego de las preguntas tontas y poco originales.
―Sí, hoy tengo ganas de
llegar a dormir ―responde Erica entrelazando los dedos de ambas manos y alzando
los brazos hacia el cielo―. No sabes cuánta falta me hace un buen descanso.
Marisol nota entonces, a
pesar de la chamarra impermeable que cubre a Erica, que la parte superior de su
espalda es ancha, como la de las nadadoras que ha visto en la televisión o en
las páginas que sigue en Facebook.
―¿Trabajaron mucho hoy?
―pregunta Marisol que por fin ha encontrado una oportunidad para entablar una
conversación.
Erica la mira y le sonríe
divertida.
―Siempre trabajamos
mucho. Pero hoy hicimos velocidad y ya sabes cómo es eso.
Marisol sabía. Había
nadado en la misma alberca desde los 3 años, lo que le daba 11 años de
experiencia. Sus profesores decían que era buena e incluso en un par de
ocasiones la habían invitado a participar en el equipo de competencia pero no
se había armado de valor para inscribirse. En el fondo le daba miedo competir y
perder, que todos se dieran cuenta de que en realidad no era tan buena. Así que
cuando le preguntaban se excusaba echándole la culpa a la escuela; la
secundaria no es tan fácil como todos quieren creer.
―Hay que irnos, no falta
nada para que empiece a llover ―dice Erica justo cuando un relámpago ilumina la
mitad del cielo.
Marisol asiente con la cabeza.
Lamenta que el momento haya acabado tan pronto. Caminan en silencio hasta salir
del centro deportivo.
―Pequeña, ya me voy. No
quiero mojarme más de lo necesario.
―Vale, nos vemos mañana.
Cuídate.
―Cuídate igual.
Como todos los días
anteriores, Erica le da la espalda y se despide con la mano. Marisol se queda
parada mirando hacia el lado de la acera por el que se aleja la mujer y alcanza
a ver cómo se sube el gorro de la chamarra para cubrirse de las gotas que
acaban de empezar a caer. Entonces se echa a correr, alegre por haber avanzado
un poquito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario