XIII. Infierno
―¡Más rápido! ¡Corran más rápido!
―grita el entrenador cómodamente parado a lado de la pista de atletismo de 400 metros.
En realidad el grito no va
dirigido a Marisol. Ella nunca ha hecho otro deporte que no sea natación, así
que sólo está trotando. Sería imprudente comenzar a correr como las otras
chicas del equipo.
―¡No te quedes atrás Josette! ¡Tú
tampoco Erica!
Marisol no puede apartar los ojos
de Erica. No parece que correr sea lo suyo (lo puede decir por la forma en que
respira y la expresión de su rostro) pero se nota que hace su mejor esfuerzo y
Marisol admira esa actitud. Suelta un largo suspiro, aumenta un poco el ritmo.
―¡Una vuelta más, chicas!
Marisol, tú también una vuelta más ―le dice el entrenador cuando pasa junto a
él.
La última vuelta le parece eterna
pero por fin llega al lugar donde se encuentran las demás chicas. El entrenador
está hablando con dos de ellas, al parecer sobre qué hacer para cansarse menos.
Marisol se dirige lentamente
hacia Erica, que está sentada en el pasto con una botella de agua en la mano.
Cuando Erica ve que se acerca, sonríe abiertamente y le indica con la mano que
se siente a su lado.
―¿Qué tal estuvo, pequeña?
―Bien, creo. Nunca antes había
corrido.
―¿De verdad? ―ríe. El corazón de
Marisol late más rápido. En el tiempo que lleva hablando con ella no la había
visto reír tan fácilmente. Debe ser cierto eso de que hacer ejercicio hace que
uno se sienta bien―. Me pasó lo mismo cuando empecé a entrenar aquí.
―¿Y ya te acostumbraste?
―Un poco. No es algo que me
encante. Es una especie de tortura a la que debo someterme todos los días
―suspira.
Marisol asiente. Se da cuenta de
que olvidó el agua en su mochila y hace el ademán de levantarse. Erica le toca
el brazo y le pasa su botella de agua.
―Eh… n-no. Yo traigo la mía...
―En serio. No vale la pena que te
levantes. Ahorita que entremos al agua vas a saber cómo es el infierno ―ríe de
nuevo, esta vez con un poco de sorna―. Ahorra tus energías ―añade mientras le
guiña el ojo.
Marisol, que ya se ha sonrojado,
acepta. Bebe de la botella y no puede evitar pensar que eso es un beso
indirecto. Un beso... indirecto... Deja la botella a un lado y se recuesta. Eso
no puede estar pasando. Jamás creyó que llegaría tan lejos por esa mujer. Se
cubre la cara con las manos y siente el calor. Espera que Erica no lo note.
―¡Ya basta de holgazanear,
chicas! ¡Hora de ir al agua! ―dice el entrenador dirigiéndose a la salida de la
pista.
―Vamos, Marisol. Se pone de malas
si no entramos a las 7 en punto a nadar. Tenemos… ―consulta su reloj― ocho
minutos para cambiarnos y enjuagarnos.
Marisol ve que Erica se levanta,
recoge su mochila y va tras ella sin dejar de mirarla. Suspira. Su infierno
personal no tiene nada que ver con la natación.
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