VIII. Mentir
La espera de nuevo, justo como
lleva haciéndolo durante los últimos dos meses y medio. En varias ocasiones se
le ha ocurrido abordarla en las regaderas o en el vestidor pero cuando intenta
acercarse a ella simplemente no puede hacerlo. No puede imaginarse bañándose en
la misma regadera... las dos desnudas, y eso mismo hace que se bañe rápido y
salga del lugar para pararse junto a la puerta principal de la alberca y
esperar pacientemente.
Tal vez debería intentarlo. Sólo
es cuestión de mantener la mirada en la cara de Erica. No debe ser tan difícil.
El problema sería lidiar con el sonrojo permanente, el nerviosismo, el miedo de
cometer algún error que delate... ¿qué exactamente?
―Te bañas muy rápido.
Marisol cierra los ojos durante
tres segundos y maldice un poco la mala costumbre de Erica de acercarse sin
hacer ruido y agarrarla desprevenida. Es probable que también sea su culpa por
perderse tanto en sus pensamientos pero de todas maneras le resulta levemente
molesto.
Se da cuenta de que está tardando
en responder y medita si debe mentir o decir la verdad.
―Es que me da un poco de pena
estar frente a tanta gente y mejor me apresuro ―dice alzándose de hombros.
Decir la verdad a medias últimamente se ha convertido en su especialidad.
―Oh, bueno, a mí también me da
pena eso ―sonríe― pero el cansancio no me deja hacer las cosas rápido.
Nota que Erica la mira y comienza
a sudar a pesar de que la noche es fría. Se aclara la garganta, le devuelve la
mirada y logra sostenerla durante más de cinco segundos. Si en ese momento le
preguntaran por qué espera cada noche a esa mujer, ella sin duda respondería
que le gusta la calidez que siente en el pecho cuando la ve sonreír.
―¿Y hoy estás muy cansada?
―pregunta en el momento en el que desvía la mirada y se enfoca en el árbol más
cercano.
―Un poco, sí. ¿Por qué?
―Curiosidad.
Se hace el silencio. Por lo
general, ese es el momento en el que Erica le dice a Marisol que es hora de
irse pero ahora simplemente se mantiene de pie a su lado, sonriendo con
tranquilidad.
―¿Sabes? Me gusta estar aquí
―dice Erica en voz baja.
―Sí, a mí también ―responde
Marisol con sinceridad y en ese instante se da cuenta de que el sonrojo le
cubre el rostro. Mira de nuevo hacia Erica y se pierde un poquito en su
sonrisa, en la manera en que sus ojos parecen brillar.
La sonrisa de Erica se desvanece
pero no desaparece la expresión amable.
―Creo que es hora de irnos.
―Cierto.
Caminan hacia la salida de la
alberca y en el camino Erica le hace preguntas a Marisol sobre la escuela. Por
primera vez desde que habla con esa mujer, se deshace el nudo que siempre le
oprime la garganta y le impide responder. Se deja llevar.
Llegan al lugar donde cada una
toma un camino distinto y se despiden con la mano. Marisol desea fervientemente
que todos los días sean así de perfectos.
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