miércoles, 13 de julio de 2016

[Butterfly] 8. Mentir



VIII. Mentir


La espera de nuevo, justo como lleva haciéndolo durante los últimos dos meses y medio. En varias ocasiones se le ha ocurrido abordarla en las regaderas o en el vestidor pero cuando intenta acercarse a ella simplemente no puede hacerlo. No puede imaginarse bañándose en la misma regadera... las dos desnudas, y eso mismo hace que se bañe rápido y salga del lugar para pararse junto a la puerta principal de la alberca y esperar pacientemente.

Tal vez debería intentarlo. Sólo es cuestión de mantener la mirada en la cara de Erica. No debe ser tan difícil. El problema sería lidiar con el sonrojo permanente, el nerviosismo, el miedo de cometer algún error que delate... ¿qué exactamente?

―Te bañas muy rápido.

Marisol cierra los ojos durante tres segundos y maldice un poco la mala costumbre de Erica de acercarse sin hacer ruido y agarrarla desprevenida. Es probable que también sea su culpa por perderse tanto en sus pensamientos pero de todas maneras le resulta levemente molesto.

Se da cuenta de que está tardando en responder y medita si debe mentir o decir la verdad.

―Es que me da un poco de pena estar frente a tanta gente y mejor me apresuro ―dice alzándose de hombros. Decir la verdad a medias últimamente se ha convertido en su especialidad.

―Oh, bueno, a mí también me da pena eso ―sonríe― pero el cansancio no me deja hacer las cosas rápido.

Nota que Erica la mira y comienza a sudar a pesar de que la noche es fría. Se aclara la garganta, le devuelve la mirada y logra sostenerla durante más de cinco segundos. Si en ese momento le preguntaran por qué espera cada noche a esa mujer, ella sin duda respondería que le gusta la calidez que siente en el pecho cuando la ve sonreír.

―¿Y hoy estás muy cansada? ―pregunta en el momento en el que desvía la mirada y se enfoca en el árbol más cercano.

―Un poco, sí. ¿Por qué?

―Curiosidad.

Se hace el silencio. Por lo general, ese es el momento en el que Erica le dice a Marisol que es hora de irse pero ahora simplemente se mantiene de pie a su lado, sonriendo con tranquilidad.

―¿Sabes? Me gusta estar aquí ―dice Erica en voz baja.

―Sí, a mí también ―responde Marisol con sinceridad y en ese instante se da cuenta de que el sonrojo le cubre el rostro. Mira de nuevo hacia Erica y se pierde un poquito en su sonrisa, en la manera en que sus ojos parecen brillar.

La sonrisa de Erica se desvanece pero no desaparece la expresión amable.

―Creo que es hora de irnos.

―Cierto.

Caminan hacia la salida de la alberca y en el camino Erica le hace preguntas a Marisol sobre la escuela. Por primera vez desde que habla con esa mujer, se deshace el nudo que siempre le oprime la garganta y le impide responder. Se deja llevar.

Llegan al lugar donde cada una toma un camino distinto y se despiden con la mano. Marisol desea fervientemente que todos los días sean así de perfectos.

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