IV. Amor
Es martes y hace calor.
Ninguna de las dos cosas tiene una relación directa pero Marisol no puede dejar
de pensar en eso. Debería estar tomando la clase de biología pero la profesora
no pudo llegar. En la escuela no tenían ningún profesor sustituto, así que
habían optado por dejarlos encerrados estudiando la lección que debían ver en
la clase. Desde luego, en esos treinta y cinco minutos nadie se había dedicado
a eso.
Las amigas de Marisol
habían decidido que el mejor lugar para sentarse a platicar sobre los chicos
que a veces las acompañaban a casa y les tomaban la mano era a lado de la
ventana por la que entraba el sol del medio día. Brillante idea. Ni siquiera
los cuatro ventiladores de techo podían ayudarla.
―¿Y tú, Marisol? ―alcanza
escuchar. Las palabras vienen de Clara, la mayor de su grupo de amigas y la
única que lleva las uñas pintadas de un rojo que está prohibido en la escuela.
―¿Yo qué? ―responde. No
había estado poniendo atención a la conversación. Tenía la idea general de lo
que hablaban pero… el calor.
―¿Que si te gusta
alguien? ―continúa clara mientras Rosa y Marta sueltan una risita tonta que no
contribuye al mal humor de Marisol―. Es que últimamente has estado un
poco…distraída y creímos que tal vez sería por eso. O quizá ya tienes novio y
no nos has dicho nada ―de nuevo la risita.
A Marisol le empiezan a
sudar las manos pero trata de controlarlo. Respira profundo, finge que medita
la pregunta y mueve la cabeza en gesto negativo.
―¿No y ya? ―pregunta
Dana, que es algo así como su mejor amiga―. Debe haber algo por ahí, es
imposible que no te guste nadie.
―No tengo tiempo. Está la
escuela, la tarea, la alberca… ―explica Marisol pacientemente.
―¡La alberca! ―grita
Clara haciendo que por lo menos diez personas volteen hacia donde están―. Hay
tantos chicos de buen cuerpo ahí.
Marisol se estremece
ligeramente. La alberca…
―¿No me puedes presentar
a alguien? ―pregunta Rosa y prácticamente le brillan los ojos.
―Es que… no le hablo a
ningún chico.
Por un momento siente las
miradas acusadoras sobre ella y el corazón comienza a latirle un poco más
rápido de lo habitual, justo como cuando tiene que exponer un tema frente a la
clase y se pone nerviosa.
―¡Qué desperdicio,
Marisol! ―dice Clara después de lo que a Marisol le parece una pausa
larguísima― Si yo fuera tú ya habría conseguido galán ―añade y empieza a reír
con fuerza.
Las demás se unen a la
risa e inician una plática relacionada con las diversas conquistas de Clara.
Marisol suspira aliviada.
Su corazón recupera su ritmo normal y le dejan de sudar las manos. No pensó que
esa conversación la haría sentir tan nerviosa, sobre todo porque no es la
primera vez que le hacen esas preguntas. Ella siempre se ha mostrado reservada
en cuestiones de amor y ahora...
Da un respingo cuando
suena el timbre que indica que la clase ha terminado. Se levanta torpemente,
mira el reloj y lo único que puede pensar es que faltan menos horas para ir
nadar… y ver a Erica. Sonríe un poco. Tal vez los asuntos del amor ya no le son
tan ajenos.
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