sábado, 9 de agosto de 2014

Todo es negro

Nos susurramos al oído que esto no puede estar pasando, que nada pudo haber salido así de mal. Nos miramos con ojos asustados, llenos de dudas que nos carcomen el alma. Nos tomamos de las manos porque no sabemos qué más hacer. Sólo tenemos claro que no debemos llorar; si lloramos todo se vendrá abajo y nos aplastará.

Nos damos besos pequeños para consolarnos mutuamente, primero ella cuando lloro y luego yo cuando ella se quiebra. Murmuramos plegarias y oraciones que no evocábamos desde la niñez. Nos aferramos a ese pedacito de luz que a ratos se oculta y a ratos se vuelva más fuerte, el que nos promete que tenemos una oportunidad.

Nos abrazamos fuerte muy fuerte cuando llega la noche y el frío nos cala. Nos guardamos las lágrimas en pequeñas bolsitas de papel que en cualquier momento se van a romper. Tosemos, tosemos porque la atmósfera enrarecida con alguna sustancia tóxica que se desprende de las piedras nos obliga a hacerlo. Y nos hacemos pequeñas, más y más, conforme esas piedras nos empiezan a aplastar.

Gritamos una vez, dos veces, mil, que nos liberen de esa prisión. Nos damos cuenta, demasiado tarde tal vez, de que tenemos hambre y sed y frío y miedo y que las demás personas que quedaron atrapadas en ese derrumbe ya han dejado de respirar. Entonces lloramos. Nos resignamos porque ahora el aire nos empieza a faltar. Le digo que la amo, me dice que me ama y cerramos los ojos sin dejar de lagrimar.

Todo es negro. Y el último pensamiento coherente que llega a mi mente es que estamos a punto de morir.


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