martes, 19 de agosto de 2014

Hospital

Me encontré buscándola con la mirada en la sala de espera. Debía estar entre todas las personas de bata blanca, los médicos. La imaginé claramente: su piel clara, su cabello castaño, su sonrisa fácil. Tal vez no era bonita pero me había cautivado desde que me dio consulta por primera vez. Y no debería haber pasado, principalmente porque soy su paciente y no tengo ninguna oportunidad, ni siquiera la de que me note.

Sonrío cuando la veo porque la he encontrado. Se ve tan relajada, tan feliz, que quisiera ir a hablarle, tomar su mano y decirle que es nuestra obligación moral pasar el resto de nuestras vidas juntas. En realidad me da risa ese pensamiento, es tan... ridículo. Me acomodo mejor en la silla, una posición más cómoda para verla bromear con los demás médicos. Falta una hora para mi consulta pero me gusta llegar temprano para encontrarla y observarla un rato, un rato más.

No noto cuándo dejo de sonreír y comienzo a llorar en silencio. Me limpio las lágrimas porque ya demasiado deprimente es estar en este hospital como para, además, sentirme mal por un amor que jamás va a pasar. Me doy cuenta de que se va hacia el consultorio que le han asignado esta mañana, aún con esa expresión plácida que en este año he aprendido a amar.

El tiempo se escurre entre mis dedos y yo lo dejo escapar. Por fin llega la hora de mi consulta y si tuviera la energía para correr hasta la puerta blanca que limita nuestro contacto visual, estoy segura de  que lo haría. Me levanto con dificultad, sintiendo los dolores que ya no sé dónde ubicar. Alguien me ofrece su ayuda pero la rechazo, quiero poder llegar a verla por mi propia cuenta. Por fin lo logro y la encuentro frente a mí abriendo la puerta para dejarme pasar.

 Hola saludo, tímida pero resuelta. Me da la mano para ayudarme a pasar, algo que ningún médico había hecho antes. Me sonrojo, lo sé por el calor que siento llenándome la cara, pero tomo su mano, tan suave, tan delgada, tan frágil, la mano de una cirujana. Mientras ella cierra la puerta, me ocupo de sentarme. Cuando lo logro, ella ya se encuentra frente a mí.

 ¿Cómo has estado, Estela? Dice el expediente que han tenido una mejoría con la quimioterapia sonríe y esa sonrisa me hace recordar lo roto que está mi cuerpo. Siento el dolor en el pecho que me agobia cuando pienso que voy a morir, pero esta vez no se trata de la idea de la muerte sino de lo terrible que será no volver a verla.

Las lágrimas me traicionan y lloro. Me recuerdo que no tengo permitido enamorarme porque el cáncer me va a matar. Y ella, contra todas mis predicciones y expectativas, se sienta a lado de mí, en la silla vacía.

— No te preocupes, te vas a recuperar susurra con ese tono que ha perfeccionado tras varias años de trabajar allí, posiblemente desde que cursó la especialidad en oncología. Y yo sé que es una mentira pero deja de importarme, me conformo con estar cerca de ella unos momentos más.

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