martes, 5 de agosto de 2014

Acción desesperada

La vio sentada en el pasto de un bonito parque y no pudo quitarle los ojos encima. Se quedó prendada de sus cabellos finos pero despeinados y de su mirada perdida que le causó nostalgia. Notó que no llevaba abrigo a pesar del frío y que no debía pasar de los 17 años. Suspiró. Contradijo todo lo que se había dicho a lo largo de sus 30 años de vida y se acercó a ella.

 ¿Cómo te llamas? preguntó mientras le entregaba uno de los dos suéteres que llevaba y sacaba de su bolso un paquete de galletas.

 Claudia murmuró, seguramente apenada. Tomó lo que le ofrecía sin vacilar, y se puso el suéter y abrió el paquete de galletas para comerlas.

No pudo evitar que algo en el fondo de su persona se sintiera bien. Le sonrió y, sin pensarlo mucho, le acarició la cabeza. Sintió su cabello grasoso, como si no lo hubiera lavado en varios días, pero no le importó. Segundos después se encontró invitándola a su casa a tomar un baño y a resguardarse del frío, y se topó con unos ojos grandes y oscuros que la miraban llenos de lágrimas.

 Muchas gracias graznó antes de levantarse apresurada, tal vez porque creía que podía cambiar de opinión.

Pensó que después se arrepentiría y meditó las mil y un consecuencias de esa acción desesperada mientras caminaba con Claudia a casa. Respiró profundo y contuvo el aliento para relajarse. Estaba bien, no era como si se fuera a casar con ella ni nada de eso. De la nada empezó a reír.

 Perdón, creo que he encontrado algo que me hace feliz.

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