miércoles, 30 de julio de 2014

Tic tac

Tic. Suena. Tac. Y el sonido del reloj no acompaña los latidos de mi corazón. Respiro. Siento la punzada de dolor abrirse paso a través de mi pecho. Cuento del uno al diez y luego del diez al uno sólo para darme cuenta de que no sirve de nada tratar de contener las lágrimas. Porque salen, se desbordan, corren por mis mejillas redondas y caen en un suelo que no me he molestado en limpiar.

Tic de nuevo. Otra vez tac. Y no tengo el valor de voltear hacia el reloj de manecillas que compró Aurora hace una semana cuando se fue a pasear. Suelto un gemido de dolor, porque las lágrimas no bastan para expresar la angustia. Porque nada basta, todo es inútil, pero no puedo hacer mucho más. El sol entra por una de las ventanas, abierta de par en par, y no huyo de él, ni me escondo, ni me hago bolita en el rincón de siempre.

Tic... Se ha detenido. Y ya no hay tac. Aurora no ha regresado y nadie sabe nada de ella. Siento que me evaporo y me elevo, y vuelo, vuelo muy alto. No la veo, no la he visto en los últimos 3 días y la policía ya se está cansando de buscar. Desfallezco porque no he comido, ni dormido y ahora el sucio reloj se ha detenido. Debe ser una mala señal. Cierro los ojos y llega el ardor, luego el insoportable dolor en el centro del pecho. No se va.

... Tac. Avanzó una vez más y en esta ocasión sí se quedó así para siempre. Se congeló en las 2:45  de la tarde, el momento justo en el que recibí la llamada que me informaba que Aurora no regresaría. Encontraron su cuerpo en condiciones deplorables cerca del que probablemente es el callejón más feo del centro de la ciudad. Y mi corazón se detiene, como el de mi Aurora se detuvo muchísimas horas antes, y ya no quiero saber nada más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario