viernes, 18 de julio de 2014

Maldita sea III

La había perdonado y sólo sabía que no había sido por convicción. Las circunstancias lo ameritaban, era necesario, lo mejor para todos. Pero no podía dejar de llorar, porque la herida estaba hecha y era muy profunda. Se odió por no dejarla, por seguir a su lado y fingir que jamás se lo recordaría, por soportar una traición tan grande. Decidió que era hora de regresar a casa. Seguramente su novia estaría acostada viendo la televisión como había hecho los últimos días, sin comer, sin beber, sin limpiarse las heridas.

Suspiró y se levantó de la banca. Echó un último vistazo a la cancha de fútbol rápido, agarró su bolso y empezó a caminar. En realidad no quería llegar, pero no contaba con ningún lugar para quedarse a dormir, ni para comer. Ni siquiera tenía mucho dinero en los bolsillos del pantalón. Sintió el horrible deseo de devolverle la jugada, cobrársela cara... Aunque tal vez sería mejor sólo ser indiferente, claro, eso le dolería más.

Sin siquiera notarlo, llegó a casa. Miró la fachada, sacó las llaves, introdujo la correcta en la cerradura. Subió las escaleras, entró a la habitación que se empeñaban en seguir compartiendo. La televisión estaba encendida y la cama vacía. A pesar de todo lo que eso implicaba, se sintió mejor y suspiró de alivio. Fue hasta que vio la nota pegada en el clóset cuando notó que todo había empeorado. Maldita sea.

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