lunes, 14 de julio de 2014

Maldita sea I

Las nubes se habían ido y el sol brillaba con toda la potencia de la que parecía ser capaz... pero ni siquiera eso la detuvo. Respiró hondo, lo suficiente para contener las lágrimas, la ira, el miedo, el dolor y todos esos sentimientos que revoloteaban a su alrededor como una amenaza de muerte. Se puso la sudadera que siempre usaba cuando iba a correr, el primer short que encontró, y se dirigió hacia la pista de atletismo que frecuentaba.

Y entonces se dejó llevar. Correr siempre era un alivio para ella, le brindaba momentos para pensar, llegar a soluciones, aunque el problema que le causaba conflicto en ese momento era algo muy distinto. Una vuelta, dos vueltas, cinco... aumentó la velocidad, pidiéndoles a todos los dioses que la mataran en ese instante. Las lágrimas comenzaron a fluir pero no se tomó la molestia de secarlas; de todas maneras el viento le estaba ayudando.

Se detuvo, agotada. Estaba lista para regresar y toparse con la mujer que amaba, con la que vivía, la que la había traicionado. Le dolió el pecho y se llevó las manos al lugar sólo para darse cuenta de que no podía tener acceso a él. Luchó de nuevo y se encaminó hacia su hogar, su feliz hogar. Un pie primero, después el otro, un esfuerzo demasiado grande, una carga demasiado pesada. Y justo cuando pensó que no podía ser peor, se encontró de frente con su novia, que tenía una sonrisa radiante y una bolsa llena de jugosas fresas.

Maldita sea.

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