Junto a sus hermanos gorriones
observaba. Allí, paradita sobre el cable que no era de alta tensión. La
ventana no estaba abierta pero la cortina sí y sus ojos de ave estaban
hechos para penetrar esos obstáculos. La veía desnudarse, acariciarse
los pechos abundantes de pezones erectos. Deseaba tanto ser una hembra
humana (y no una hembra gorrión) para así poder estar con esa mujer.
Cuando pasara la próxima estrella fugaz pediría ese deseo. Con suerte, la mujer la adoptaría como mascota.
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