viernes, 25 de abril de 2014

Obligación cumplida

Siempre era lo mismo. Caminar tomadas de la mano hasta la estación de metro. Sin hablar, sin cruzar palabra, cada quien sumida en su propia cadena de pensamientos. Buscar lugares contiguos, como si hiciera falta reforzar su presencia. Bajarse del metro, tomar el camión, llegar a casa. Rostros serios, pétreos. Sentarse en el sillón a ver la televisión, en el estudio a dibujar, en la cama a leer... sin coincidir jamás. O la una o la otra.

Levantarse a la misma hora cada mañana, encantadas de poder salir de esa casa que en un momento que no pueden definir se convirtió en prisión. Tomar una ducha, vestirse sin siquiera reparar en el cuerpo ajeno. Monotonía. Desayunar huevos revueltos o salchichas fritas, depende de a quién lo toque cocinar. Y el suspiro de alivio al cruzar el umbral, cada quien por su lado, para no ver a la otra hasta la noche.

Sonrisas, pláticas, brillos de felicidad cuando cada una está en su oficina rodeada de amigos, compañeros y perfectos extraños que pronto pasarán a ser parte de su vida. Destellos de placer cuando es la hora de la comida, ese momento que siempre es diferente y encantador. Una, con su falda azul y su blusa blanca, decide comer bistec de res con papas, todo lleno de una salsa verde. Odia la salsa verde pero la mujer con la que come no y ella sólo busca complacerla. La otra, a una hora de distancia en un edificio completamente diferente, con su pantalón de vestir y su saco, se queda en la oficina mientras todos se van para intimar con una... amiga.

Y regresan. Se borran sus expresiones de complacencia y regresa la apatía. La vida de siempre, siempre la misma vida. No coinciden en la hora de llegada y no les importa. Se besan al encontrarse, besos pequeños, sin gracias y sin pasión en los labios. Un mero ritual, una obligación cumplida. Preparar la desabrida cena. Sentarse a la mesa y luego de vuelta a sus individualidades.

Hora de dormir, de compartir cama. Una se acuesta primero, volteando hacia la pared. La otra se queda hasta tarde en internet y cuando alcanza la cama la otra ya se durmió. Tampoco importa, no planeaban tener sexo. No esa noche, no ninguna noche. Y cada quien sueña, aparte, en un plano lejano. Con cada día que pasa se pierden más. Pronto se darán cuenta de que ya no están compartiendo una vida sino una soledad.

Levantarse a media noche. Sudor, angustia. Quiere despertar a la otra para decirle que tuvo una pesadilla, que soñó que vivían juntas, comían juntas y dormían juntas sin preocuparse por la otra, en completa indiferencia... Lágrimas. Un horrible dolor en el pecho. Un temblor en las manos. Aprieta los dientes, los hace rechinar. No fue un sueño. No fue un sueño y eso duele más que nada en el mundo.

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