La
amaba. Incluso en medio de esa locura, sabía, estaba completamente
segura, que la amaba. Cerró los ojos, luchando por contener las
lágrimas, por evitar que la pintura a base de insectos y pigmentos
vegetales se corriera. El fuego alrededor del cual bailaba, descalza,
casi desnuda, le daba la impresión de apagarse conforme los latidos de
su corazón se extinguían.
Llegó el momento. Ella era la elegida para dar muerte a la mujer que
amaba. Se acercó con la lanza en la mano, ignorando la resignación
desesperada de la otra. Entonces le clavó la lanza en el corazón y
observó casi con desagrado cómo sangraba, la mueca en la que se contrajo
su rostro... Sólo faltaba cortar el cuerpo, cocinarlo en el horno de
barro y comerlo para celebrar esa noche caníbal.
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