domingo, 27 de abril de 2014

Eternidades diferentes

La vio de lejos, mucho antes de distinguir el sonido de su canto. Se acercó despacio, a pasos lentos y temerosos. Se detuvo a una distancia prudente para observar sus cabellos largos, ondulados y blancos, casi plateados; su vestido oscuro, ajustado, poco vistoso; sus manos pálidas de dedos largos, juntas para darse calor; sus ojos pequeños, rasgados, de color claro; sus labios rosados, delgados pronunciando una letanía.

Llegó a ella. Se escuchaba el sonido de las olas cuando se rompían en las piedras que formaban el acantilado. Sintió el olor del mar, los pequeños cristales de agua que se estrellaban contra su rostro, refrescándola, y la sensación de estar rodeada de sal. La presencia de la mujer que parecía rezar la cubrió y ella sólo acertó a retroceder un paso. La mujer no se movió, permaneció sentada sobre una piedra más bien incómoda.

— Perdón por hacerte esperar —dijo por fin, armándose del valor de interrumpir la contemplación del paisaje.

La mujer volteó. Separó las manos, casi en una señal de que ya no tenían por qué sentirse solas. Parpadeó varias veces, como asimilando su posición.

— No importa. Pensé que volverías algún día.

— Estuve ausente dos siglos —señaló enfatizando cada sílaba.

— Mhm, un siglo, dos siglos, un milenio, ¿qué más da? —acompañó sus palabras con un movimiento ambiguo de las manos—. De todas formas te esperaré.

Se sonrojó, mitad conmovida, mitad apenada por todo lo que había hecho en esos dos siglos. Se le acercó y la besó en la boca.

— Un día no regresaré —advirtió cuando hubo terminado de besarla.

— Lo sé. Pero no debemos adelantarnos a los hechos —su tono era despreocupado.

— Aceptas mejor que yo esos asuntos de la vida —murmuró con tristeza. Después rió y le dio otro beso—. Cuando no regrese será porque estaré muerta.

— También lo sé. Vivimos en eternidades diferentes, querida.

Notó el "querida" y le dolió. Hacía dos siglos aún le decía "amor". Se resignó, después de todo ella se había ido por voluntad propia... por eso y porque los vampiros no pertenecían a ningún lugar.

— Me volveré a ir... no sé en cuánto tiempo. Pero antes tenemos algo pendiente.

Sobre las piedras, sin que sus pieles inmortales sintieran la presión de las rocas, hicieron el amor. Ella, la vampiresa, esperaba que eso se repitiera algún día, aunque fuese en un par de siglos más.

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