viernes, 5 de abril de 2013

Las lágrimas de Miranda

Salían de todos lados y ella no pudo ya contener sus lágrimas. No quería ser un zombi. Sofía había salido a buscar ayuda o comida y aún no había regresado. Trató de meterse bajo la cama, el único refugio cercano que habían ideado para una situación parecida, pero el miedo no le permitió coordinar sus movimientos.

La estaban rodeando. La lentitud sólo incrementaba sus temores. Sintió a uno detrás de ella, muy cerca, y gritó cuando esos dientes amarillentos hicieron contacto con su cuello. Se dejó caer como si no pesara, ignorando el dolor y la inmensa cantidad de sangre que se reunía en el suelo. Así por lo menos ya no podrían devorarla cachito a cachito.

Cerró los ojos sin parar de llorar. Sería un zombi, un ser podrido, uno de esos muertos sucios. Deseó tener un arma y poder darse un tiro. Despacio, llevó una de sus manos hacia la mordida; no era muy grande, podría haber sido peor. Pero ya estaba infectada, no tenía caso albergar esperanzas. Comenzaba a sentir frío.

Algunos zombis se topaban con su cuerpo pero inmediatamente cambiaban de dirección. Parecían ya no verla. Uno por uno, dejaron libre el lugar. Vacío. Silencio. Si se hubiera escondido bajo la cama antes de que llegaran o cuando tuvo la oportunidad, se habrían ido sin lastimarla.

Ya no sentía su cuerpo, todo se estaba durmiendo. Trató de formar una sonrisa para que Sofía la encontrara así --si la encontraba-- y creyera que todo había estado bien. Dudaba mucho que el gesto de su rostro fuera una sonrisa pero el intento era lo importante. Sus ojos empezaron a perder la visión y pronto sólo veía oscuridad, como si estuvieran cerrados.

Sería un zombi. Era mejor morir completamente, no por partes. Que Sofía llegue, que llegue y me bese, que llegue y me mate... Sus pensamientos se esfumaban, se volvían vapor. Dejó de temerle a la muerte. Los sentimientos, los sonidos, el flujo de actividad mental, todo se fue.

Cuando Sofía llegó, se asustó al ver un gran charco de sangre en el piso con la clara figura de una persona. Sacó un pedazo de varilla de la bolsa del pantalón. No lloró, se limitó a llamar a su novia en voz bajita. Nada. Se asomó bajo la cama. Tampoco. Entró a la otra habitación, la que tenía una ventana y un espejo de cuerpo completo.

Sonrió con tristeza cuando vio al amor de su vida parada frente al espejo, con los ojos blancos y la piel azulada, llorando. Las lágrimas no dejaban de caer, creando un surco infinito en sus mejillas muertas. La llamó por su nombre. No se movió. Sofía se acercó al espejo, siempre con la varilla apretada muy fuerte con la mano derecha. Tocó el hombro de Miranda con recelo y Miranda volteó. Tenía una expresión inmensa de aturdimiento.

-- ¿Todo bien, amor? --preguntó Sofía lista para pelear por su vida. Esperando el ataque.

-- Todo bien --musitó con infinita tristeza--. Ahora todo irá mejor, yo te protegeré.


Sofía sonrió soltando la varilla. La abrazó sin asco. Seguía siendo hermosa, era la misma Miranda pero con otro color de piel, una herida con sangre coagulada en el cuello y ojos blancos. Las lágrimas seguían escurriendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario