domingo, 7 de abril de 2013

Clases privadas

— Vamos, ahora en perro boca abajo —dijo colocándose detrás de ella y empujándole la espalda para que sus omóplatos no sobresalieran tanto—. ¡Talones al piso!

La joven que estaba en la postura de yoga apretó los ojos y trató de bajar los talones sin poder olvidar las manos de su instructora, que le recorrían la espalda empujándola.

Le había llevado más de un año hacer decentemente el perro boca abajo y justo porque quería perfeccionarlo le había pedido a Cristina que le diera clases privadas tres veces por semana.
Así que después de la clase normal, ambas iban a casa de Magdalena y practicaban otras dos horas. Fue después de dos semanas que notó lo mucho que la maestra de yoga le atraía y que no le molestaba en lo más mínimo que le tocara al corregirla.

 — Cobra. Estás mejorando, ya bajas más los talones —pronunció Cristina con la fuerza y ánimos que siempre la caracterizaban—. Ahora ve a tabla y comienza a armas un triángulo apoyado. Comienza por el lado derecho.

Hizo las cosas lentamente, paso a paso. Y justo cuando armaba el triángulo apoyado, perdió el equilibrio. Cristina estaba arrodillada a su lado. Cuando la sintió caer, se tiró al tapete para que Magdalena no se lastimara.

— Perdóname —se oyó murmurar.

— No hay problema.

A Cristina le dolía el impacto. Magdalena tomó valor, se levantó, le tendió la mano a su instructora y cuando ésta se hubo puesto en pie, la besó en los labios. Su saliva era insípida pero aun así le gustó.

Al día siguiente, Cristina no le habló en clase. Y el día de su clase privada, se disculpó diciéndole que había conseguido otro trabajo y ya no podría seguir yendo. Magdalena se deprimió pero ya no había más por hacer.

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