miércoles, 17 de abril de 2013

La pecera azul: I

Llegó a esa tienda de mascotas porque estaba empeñada en comprar peces. Ya había comprado la pecera panorámica, dos termostatos y el filtro más grande que encontró. También consiguió piedritas de colores para el fondo y rocas con huecos para que nadaran a través de ellas.  Sólo le faltaban los peces.

Al entrar, corrió a las peceras. Había peces de todos los tamaños y colores pero no reconoció a ninguno. Los observó por largo rato para decidirse por algunos. Sin embargo, le daba miedo que los grandotes se comieran a los más pequeños. Poco después, se le acercó una trabajadora de la tienda. Era joven y estaba gordita. Algo de ella le atrajo.

— ¿Te puedo ayudar? —ahorró decir: es que ya llevas mucho tiempo allí parada.

Lo pensó.

— Mira, tengo una pecera panorámica de 120 litros y todos los accesorios. Me faltan los peces pero no sé cuáles elegir. Deben ser muchos, ¿no? Tengo que llenar el espacio.

— Puedes llevar unos guppys. Pueden convivir con los peces Mickey y… —se detuvo porque su cliente ya estaba a un metro de distancia observando a través de unas cajitas de cristal con agua.

— ¿Y éstos qué son? Me gustan. ¿Por qué están solitos? Se ven enfermos, ¿no?

Se acercó lentamente.

— Peces Betta. Como todos son machos, hay que mantenerlos separados o se lastiman porque pelean. No están enfermos, sólo les falta espacio, una lámpara y mejor comida —dijo expresando su opinión aunque su jefe se lo había prohibido. Por una vez, no lo corrigió.

— Ah. Entonces no puedo llevármelos… a todos, digo.

La vendedora no le respondió. En esa ocasión, no compró peces, sólo se llevó una lámpara para su pecera. Llegando a casa lo colocó, decidida a aparecer al día siguiente en la misma tienda e intentar comprar aunque sea diez peces.

Cuando la tarde siguiente entró a la tienda, inmediatamente se acercó a la vendedora. Esta vez no le hizo preguntas sobre los peces, sólo le pidió ayuda para elegir diez. Quería su sincera opinión sobre ellos, su salud y lo que llegarían a vivir. No quería decepciones.

— Por cierto, ¿cómo te llamas? —le preguntó cuando la chica le explicaba por qué no debería comprar peces dorados.

La trabajadora la miró con extrañeza. No obstante, algo le indicó que confiar no sería tan malo.

— Helena. ¿Y tú?

— Samanta —se volteó y siguió viendo peces.

Helena pensó que sería divertido ser amigas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario