sábado, 27 de abril de 2013

La pecera azul: V

Helena comenzó a ir a clases de spinning ese día. Sentía la terrible necesidad de bajar de peso. Como lo había imaginado por mucho tiempo, esa vez, cuando se vio frente al espejo, notó que sus defectos no eran tan grandes.

También se pesó y lo anotó en una libreta pequeña de hojas azules: 61 kg. No estaba mal, lo único problemático era que medía 1.54 cm, Se pasaba de su peso limite máximo 2 kg. No recordaba alguna vez haber alcanzado los 54 kg, ni cuando iba al gimnasio. Pero esta vez se esforzaría más. Había planeado hacer dos horas de ejercicio, seis días a la semana. No le iba a importar el dolor, debería disminuir su grado de obesidad para que Samanta…

Había ocurrido de nuevo. De la nada, el nombre de su cliente-amiga había surgido. Si buen era cierto que algo en esa mujer le intrigaba, no era para tanto. Sí se aparecía hasta en la sopa. Lo peor del caso es que últimamente tenían la sana costumbre de llamarse en las noches. A Helena, más que incomodarle, le regocijaba, pero no se permitía admitirlo… tanto. Algo raro había en todo eso, como el sueño d la otra noche. De solo recordarlo, Helena sentía el rostro cálido y si su color de piel hubiera sido dos tonos mas claro, habría parecido un tomate o una manzana.

Comenzaba a preguntarse seriamente si los últimos y únicos 26 años de su vida se le habían ido con las ideas equivocadas. Es decir, ella sabía lo que era la homosexualidad, tenía amigos, había ido a las marchas como símbolo de apoyo e incluso un día uso una pulsera con los colores del arcoíris a causa de una apuesta perdida. Sin embargo, en su mente, era algo que no podía pasarle. Ahora reconsiderando sus puntos de vista y rememorando los hechos para obtener algún indicio. Mas no lograba entender nada. Tal vez fuera porque le daba miedo nunca haberlo sabido siempre o nunca haberlo notado; se lo reprocharía y quería evitar sermones propios. No, nunca lo había considerado minuciosamente.

Aun así, aceptaba el hecho de que Samanta le gustara. Seguía apenándose y afligiéndose peo la aceptación existía y estaba latente.

Se imagino más delgada besando a Samanta. Levaban poco tiempo de conocerse pero podían tomarse esas libertades. Sus labios se juntaban lentamente hasta completar su perfecta unión.

Un ruido, como la alarma de un reloj de mano, le hizo olvidar su ensoñación. Era para recordar que ya debía irse a clase. Tomó su botella de agua, las llaves de su casa y salió a ganar atractivo.

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