martes, 23 de abril de 2013

La pecera azul: IV

Samanta se vio besando apasionadamente a Helena. Primero eran sólo eso, besos. Después eran también caricias. Sintió claramente la piel suave de Helena pasando debajo y entre sus manos, estancándose a veces, resbalando en otras ocasiones.

También comenzó a lamer su cuello aunque nunca en la vida había hecho eso. Pronto, se encontró cerca del sexo de Helena y se sintió irresistiblemente atraída. Ella era un insecto y con una sola palabra su amiga, bajita y algo regordeta, podía obligarla a hacer cualquier cosa.

Sin saber bien lo que hacía, besó, lamió y succionó la parte más íntima de Helena. No escuchaba nada, ni su propia respiración. No sabría cómo continuar. De repente, la otra mujer le jaló el cabello. Salió de su seguro escondite y vio su rostro. Era más bella de lo que recordaba.

Se perdió en su belleza mientras Helena se ponía sobre ella y la tocaba por todos lados. Samanta abría la boca pero seguía desorientada, perdida en un sueño sin fin. Le gustaba, desde luego. Todo su cuerpo temblaba de emoción. Helena estuvo dentro de ella una eternidad, la eternidad más deliciosa de su existencia.


Helena se encontró en una cama diferente en ropa interior. Lo curioso era el color de su ropa: negra. No recordaba tener una a juego. Al voltear hacia arriba, vio a Samanta sobre ella, tocándola. Después se besaron. En su memoria, no le atraían las mujeres; en su situación actual, le encantaba Samanta.

Su vista se acostumbró mejor a la penumbra y de reojo vio una especie de falo. Un dildo seguramente. Nunca había tenido la necesidad de comprar uno, por eso le dio curiosidad. Vio que Samanta lo tomaba, lo lamía y lo introducía en ella. Debieron haber conversado más antes de llegar a esos términos, habían olvidado varios detalles.

No se sentía mal, tenía su punto encantador. Seguramente estaba gimiendo. En otra situación, se avergonzaría. Sintió que el cosquilleo definitivo llegaba poco a poco, tomándose su tiempo. Tendría dos minutos de coherencia antes de la explosión. Miró a Samanta y casi pensó que era otra persona, aún más atractiva.

El cosquilleo explotó dentro de ella y se sintió feliz, tanto que creyó que eso no estaba pasando en realidad. Tomó una mano de Samanta y la besó. Aunque no hubiera amor, con eso le bastaba… por el momento. Ya luego tendría tiempo de indagar.

Cuando Samanta despertó, creyó que encontraría a Helena a su lado. No. Estaba sola y vestida. Cayó en la cuenta de que no había sido cierto. No le preocupó lo que podría significar ese sueño. Se acercó a la pecera y encontró a un pececito muerto. Después de tirarlo por la taza del baño, siguió con su vida.

Helena despertó como de una pesadilla. Sudaba y descubrió que se había quitado la parte superior del pijama. Vio sus pezones y le dio pena. Se bañó y vistió con rapidez para ir a trabajar. Si Samanta se presentaba en la tienda, no podría verla a los ojos.

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