sábado, 13 de abril de 2013

La oscuridad de su somnolencia

— ¿Y no pudiste comprar una pastilla? No sé, ir a una clínica desde ese momento. Mínimo, hacerte una prueba —aunque no lo pareciera, estaba gritando. Su voz se escuchaba calmada, sí, ése era su truco, pero le estaba gritando mentalmente y por dentro, se gritaba a sí misma—. ¿Y por qué no me dijiste nada? ¿Acaso no merezco saber cosas de ti?

Mariana trató de decir algo pero las palabras, aún no reflexionadas, murieron en su boca.

— No me digas nada ahora. Debiste haberme informado hace dos meses, mínimo, para que pudiéramos hacer algo. ¿Y ahora qué? ¿Por tu culpa mi vida se va a arruinar? No basta con que… —cerró los ojos, conteniendo las lágrimas— No, no basta, ahora también tendré que velar por otra alma, ¿no?

— Ya cálmate, Eva.

— ¿Cómo quieres que me calme? Por eso no querías que tuviéramos sexo. O sea, has venido estropeando mi vida desde ese momento y ni siquiera pude saberlo, sólo me echaste tierra y me ahogaste.

Eva se dio la vuelta, se sentó en un sillón y se cubrió el rostro con las manos. Mariana pudo ver claramente cómo le escurrían las lágrimas. No tuvo el valor de acercarse, sentarse y abrazarla, consolarla de cierta manera. Tal vez sí era su culpa. Debió haber ido a la farmacia ese mismo día y comprado una de esas pastillas que anuncian en los folletos de educación sexual. Pero estaba muy asustada.

Después de que pasara lo que la tenía metida en ese embrollo, Mariana tardó tres días en salir de su casa. Ni siquiera respondía llamadas. Durante todos esos días decidió algo: no se lo contaría a nadie. Eva estaba incluida en el “nadie”. Nada pasaría, ella confiaba en las buenas vibras del universo.

— Eva, ya. Podemos sacar algo bueno de esto.

No la escuchó. Para Eva, eso era el fin de su vida. No podía dejar a Mariana porque, detrás de todo su enojo, frustración, decepción y odio, sabía que debía ser su apoyo. Si no, ¿para qué servía una pareja? Además, estaba segura de que no había dejado de amarla.

Por fin, se limpió las lágrimas. Sin embargo, querían seguir saliendo. Se levantó, se dirigió hacia Mariana y la abrazó muy fuerte. Volvió a llorar pero esta vez se sentía protegida. Era irónico, Mariana soportaba la carga más pesada y, aún así, seguía tranquila. Confiaba mucho en Eva.

— Todo nos va a salir bien. Ya no somos unas niñas, podremos lidiar con esto.

Eva asintió, recargada completamente en el cuerpo de su novia.

— Tenemos un trabajo, ¿no? Podemos conseguir un mejor techo bajo el cual estar... juntas. Si algo pasa, acudiremos a nuestra familia, a los amigos. No hay nada que temer, ¿lo ves?

— ¿Y nos tendremos que casar? —preguntó Eva entre sollozos, tratando de reír.

Mariana rió de buena gana.

— Posiblemente.

Cuando Eva dejó de llorar, se sentaron a hacer planes. Claro, tendrían que ir a ver a un ginecólogo pues debían asegurarse de que el embarazo iba bien. Posteriormente, habría que tramitar un crédito para una casa, rentar ya no era una opción. Lo más probable era que despidieran a Mariana cuando estuviera cerca de dar a luz, así que necesitaban ahorrar y conseguir otro trabajo, por lo menos Eva.

El mundo no era tan oscuro. Esa noche, tuvieron sexo después de tres meses. A Mariana aún no se le notaba el embarazo. Eva fue tierna, amable. La beso muchas veces antes de acariciarla y la acarició por todas partes antes de penetrarla. Al principio, Mariana cerró los ojos, como si quisiera eliminar un mal recuerdo, después se dejó llevar.

Aun después de penetrarla, Eva siguió acariciándola. Le lamió el cuello y los senos. La abrazó y se desnudó para juntar sus cuerpos. El calor que ambas se transmitían era reconfortante. También se dejó hacer, aunque con un poco de recelo por la falta de costumbre. Mariana le susurró palabras de amor y promesas que tal vez no se cumplirían mientras estaba dentro.

En ese momento, infinitas posibilidades pasaron frente a ellas, quienes tomaron sólo las más prometedoras, las más convenientes. Siguieron besándose hasta quedarse dormidas. Una noche tranquila después de un día desastroso.

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Mariana caminaba hacia su trabajo. No era muy temprano y había gente en la calle. Una mañana como cualquier otra. Miró el cielo para inspirarse con la belleza del sol. Se quedó prendada. Sintió cómo el aire pasaba junto a su cara y, cuando volteó por curiosidad, vio a un hombre parada caminando junto a ella.

— Me vas a seguir, ¿de acuerdo?

Mariana no tuvo tiempo de abrir la boca. El hombre le mostró una pistola escondida entre su chamarra. Mariana todavía dudó. Al ver la vacilación en el rostro de la joven, le mostró una foto: era Eva.

— Está bien, pero dame la foto.

Contrario a lo que esperaba, el hombre se la dio. Tomó a Mariana por la cintura, como si fueran una pareja normal, y guió su camino. Momentos después, el hombre se colocó detrás de ella y se pegó más, ella claramente sintió un bulto contra su trasero. Sabía lo que pasaría.

Llegaron a una casa hecha de ladrillos negros. Sin despegarse demasiado de ella, el hombre sacó una llave y abrió. Al entrar, Mariana vio un colchón en el suelo, en el patio. Sintió cómo la tiraba en él.

— Quítate la ropa.

Dejó de acceder. El hombre se tiró sobre ella, le tocó sin cuidado los senos y la pelvis. Sacó su miembro del pantalón y le obligó a metérselo en la boca. Mariana lo mordió. Fue cuando él se enojó, le dio una gran bofetada, sacándole sangre de la boca. Le bajó el pantalón y la penetró con prisa, eyaculando dentro.

Toda la faramalla no llevó mucho tiempo. Máximo diez minutos. Pero Mariana cerró los ojos y pensó en Eva, sólo en ella. Le dolió mucho el golpe mas intentó no llorar. Cuando todo acabó, se subió el pantalón y salió corriendo de la casa pues el hombre no había tomado muchas precauciones.

No fue a trabajar pero tampoco a la farmacia. No llamó a Eva ni se conectó a internet. Sólo se tiró en su cama y lloró. Cuando se le acabaron las lágrimas, lloró sangre con la ayuda de una navaja.

Cuando volvió a ver a Eva, todo estaba como antes. No le dio explicaciones. Ignoró lo que podía estar pasando en su cuerpo. Vivió en la ignorancia por tres meses, tres meses en los que se negó a tener sexo con Eva y notó cómo su periodo menstrual se detenía. Fue a un laboratorio a descubrir dos noticias: no tenía ninguna enfermedad pero estaba embarazada.
Su primera reacción fue correr a casa de Eva.

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— Prométeme que tendrás cuidado —le dijo Eva esa mañana, aún adormilada.

Los domingos, Mariana se quedaba a dormir en su casa —rentada— pero, a cambio, debía irse muy temprano para llegar al trabajo.

— Lo tendré —le dio un beso en la frente y salió de la habitación después de apagar la luz.

— Te amo —susurró Eva a la oscuridad de su somnolencia.

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