martes, 27 de mayo de 2014

Inercia

Cinco veces escuchó su nombre y las cinco veces ignoró la voz aguda que emitía el sonido. El coraje le teñía el rostro de un rojo demasiado oscuro y le formaba un nudo en la garganta que sólo se liberaría gritándole al mundo lo estúpido que era. Volteó sólo para darse cuenta de que la mujer que chillaba su nombre iba detrás de ella, llorando, con los hombros encorvados y el rostro deformado por la angustia.

Decidió no verla más. Aceleró el paso y por un momento la voz desapareció entre los muchos otros sonidos que provenían de la ciudad llena de vida. Odió a esa mujer y se odió más a sí misma por ser tan débil, por sentirse incapaz de darle un golpe y mandarla derechito a la chingada. No la perdonaría y esperaba que entendiera que su relación, cada vez más tumultuosa, había terminado.

Cuando tuvo el valor moral de detenerse, notó que los ruidos habían perdido su vitalidad. Prestó atención y escuchó la molesta sirena de una ambulancia. No muy lejos vio al grupo de personas que se reunía alrededor de algo y por la cara de fascinación y espanto que traían supo que se trataba de un accidente. La atenazó una punzada de inquietud. Se aceró por inercia, porque siempre le habían gustado esas cosas, y el deseo de que no le hubiera pasado nada a su ex novia se disolvió en el aire cuando vio su cuerpo sangrante sobre el pavimento de la calle.

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