viernes, 23 de mayo de 2014

Horrible noche

Cinco, veinticinco, tal vez ochenta. Esa noche ni siquiera se molestó en llevar la cuenta. Los hombres abrían la puerta sin rituales, sin saludos, sin siquiera una mirada al rostro de la mujer que servía como desahogo. Y ella cumplía, desnuda como estaba, lo mejor que el era posible. Abría las piernas y se dejaba hacer, pensando siempre en otro momento, en otro lugar y en la persona que debía estar allí con ella.

Ignoraba el dolor que ya se había vuelto parte de su rutina diaria. A veces eran sólo moretones y la mayoría de las veces eran heridas encarnadas profundamente en su corazón. De vez en cuando sonreía cuando la usaban, recordando las veces que hizo aquello por placer, con la sensación de que podría hacerlo para siempre.

Sumida en su abismo de desesperación e indiferencia, apenas notó cuando una mujer joven, alta y guapa se le acercó. Le tomó el rostro, la miró a los ojos y la besó. Era la primera vez que alguien la besaba en el prostíbulo... y se sentía bien. Cooperó. Luego se levantó, se fijó bien en ella y decidió darle un servicio difícil de olvidar para que regresara a iluminar aunque sea una hora de su horrible noche.

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