miércoles, 25 de septiembre de 2013

Sensación de reemplazo

Oigo los gemidos en la otra habitación. Son tuyos. Son de ella, de tu amante, de tu novia, de lo que sea. Me hago un ovillo bajo las sábanas de la cama que a veces compartimos, pero sólo cuando no está ella para complacerte. Imagino todo lo que te hace porque yo te lo he hecho un sinfín de veces. ¿La tocas? ¿Le das placer con tu boca? ¿O sólo la besas cuando tienes un orgasmo, como a mí?

La envidio. Quiero tocar tus senos sin la sensación de ser sólo un reemplazo, el dichoso premio de consolación. Deseo que pases tu lengua por todas partes, que me muerdas, que hagas que me excite con tus manos y no sólo porque puedo tenerte. Anhelo que me penetres, con dos, con tres dedos, con los que quieras, que los metas de un solo empujón, que me hagas gritar del dolor.

Los gemidos se detienen. Te está acariciando, ¿no? Pasa su mano por tu espalda, por tus piernas, por la humedad de tu entrepierna que resulta ser el resultado del placer. ¿Lo haces a propósito? ¿Quieres hacerme sufrir? De nuevo gimes. Me muerdo la mano para no levantarme y correr a la otra habitación a matarla para después hacerte mía. Dime, ¿cuánto te durará la satisfacción? Ella no estará contigo para siempre. Y lo sabes.

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