viernes, 6 de septiembre de 2013

El rey Boo



La princesa Peach conoció al Rey Boo en el mismo momento en el que la princesa Daisy se enfrentaba a aquellas arañas negras y aterradoras que babeaban algo seguramente corrosivo. El Rey Boo la miró con la superioridad característica de los ocho boos que Peach había visto en toda su vida y rió de forma parecida pero más demente, obligándola a cubrirse los oídos debido a las vibraciones fantasmales y a su grado de penetración.

El Rey habló en su extraño idioma, sacando la lengua con vehemencia y soltando más de esas carcajadas. De alguna forma que en su tiempo y espacio no consiguió entender, el dueño de la casa embrujada donde estaban, y por lo tanto de las rejas que la mantenían cautiva, le decía que su poder aumentaba en Noche de Brujas y que, usándola como carnada se desharía por fin de Mario.

Lo que el Rey Boo, Peach y los otros ochocientos pares de boos, todos idénticos, no sabían era que de Mario ya no hacía falta deshacerse pues el buen Bowser había tenido la gran idea de capturarlo ese día a una hora inóspita para los fantasmas, incluso si están protegidos en su mansión.

Peach lloró, el Rey Boo la ignoró y de las rejas comenzaron a salir llamas. En ese justo instante Daisy abrió la puerta de la casa embrujada, caminó con paso firme hacia la habitación del Rey Boo, claramente más iluminada, y entró en ella, haciéndose indiferente al miedo que todos esos fantasmas le causaban.

— Devuélveme a mi princesa, fantasma, que debemos ir a recoger nuestros disfraces para esta noche de Halloween y el Reino Champiñón está muy lejos.

El Rey Boo, anonadado por la actitud de Daisy, le comunicó su plan sobre Mario. Ella rió levemente.

— Bowser lo capturó.7 Tu plan ya no tiene sentido, por lo menos no con Peach —trató de enmascarar su nerviosismo al hablar de ella pero sus mejillas se colorearon ligeramente.

El fantasma suspiró y accedió a la nada amable petición de Daisy. Ésta, al ver a Peach libre, besó respetuosamente sus labios. Peach sonrió con dulzura y la abrazó con delicadeza.

— Gracias.

— A ti... Y ahora vámonos, que se nos hace tarde.

Mientras las veía alejarse, el Rey Boo musitó algo que ninguna de las dos pudo entender.

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