jueves, 19 de septiembre de 2013

La habitación

Llegó primero a la habitación. Mucho, mucho antes que su amante. Entonces decidió que era momento de comenzar a cumplir las fantasías de ambas. Sacó el bisturí que siempre llevaba en casos de emergencia y una hoja de papel. Agarró uno de los vasos de cristal que estratégicamente colocan en los hoteles y comenzó la operación.

Buscó una zona sensible, donde la piel se rompiera con facilidad. Eligió la muñeca, el lugar que muchos usaban para suicidarse y ella usaría para hacer el amor sangrando. Miró el reloj: faltaba una hora para que la mujer llegara. Era mejor apresurarse. Presionó el bisturí en la zona, formando un pequeño punto de sangre. Presionó más y lo sacó rápidamente. No pudo evitar notar que se provocó un moretón, posiblemente al romper una vena pequeñísima.

Suspiró. El trabajo arduo llegaba. Colocó el bisturí en su lugar y empezó a abrir heridas. Lo hacía con calma, por placer, no con la desesperación que había visto en otros. Usó el vaso para almacenar la sangre que escurría por su muñeca. Rió al ver cómo se abría la piel, lo que había debajo. Le sorprendió que al principio sólo hubiera un tejido blanco y después se llenara de sangre, con lentitud. Le molestaba que la sangre se coagulara, así que cortó con más velocidad para que lo coagulado sangrara con más ganas.

El dolor estaba llegando. Lo dejaría postrarse en esa parte del cuerpo y, tal vez, en el corazón. Ni modo, era el camino que había tomado y no había de otra... o no quería que hubiera de otra. Volteó asustada hacia la puerta sólo para verla entrar, contemplar una expresión de susto, correr hacia su persona y abrazarla.

— Ya es demasiado, mi amor —declaró. Movió el vaso a un lugar seguro y siguió abrazándola. Sin deshacer el abrazo, le sujetó el brazo y comenzó a lamer la sangre, a deshacer los coágulos...

— Te amo —y esa declaración dio paso al acto de amor.

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