sábado, 28 de septiembre de 2013

La que se fue

Había corrido a buscarla inmediatamente después. Tal vez no fue tan inmediato, porque la había perdido de vista. Ya no estaba, ¿ya no? No paró de correr, incluso si ya no podía dejar de llorar. ¿Por qué se había ido? Ah, claro, era su culpa. Le había dicho que se largara y no volviera jamás.

Cruzó una calle sin ver hacia ningún lado. Se tropezó con muchas personas pero nunca con ella. Desesperada como estaba, gritó. Vio cosas blancas, un atisbo del cielo azul, una llama del infierno y, por fin, el rostro de la mujer que amaba.

— ¿Por qué te fuiste? —murmuró, apenas consciente de lo que pasaba. Estiró la mano para acariciarle el rostro y no supo decir si lo sintió o no.

— Te fuiste tú, mi amor —se fijó en las lágrimas que salían de sus ojos, que no alcanzaban a tocarla.

“Me fui yo, fui yo”.

Cerró los ojos, tranquila. Sí, ella se había ido y no había punto de regreso. No a menos que saliera de la tumba y todos sabían que eso no pasaría.

No hay comentarios:

Publicar un comentario