XVII. Calor
Llevan treinta y cinco minutos en
el agua y a pesar de los descansos de 30 segundos que hacen cada 50 metros Marisol se
siente sin aliento. Tiene la cara roja y está segura de que el pecho le va a
explotar si la tortura se prolonga más de diez minutos.
Voltea hacia Erica, que en ese
momento está a su lado en el primer lugar de la fila. Parece agitada pero no
tanto como ella. Según le ha contado, lleva 6 meses entrenando a ese ritmo y su
cuerpo parece haberse acostumbrado un poco.
Marisol respira por la nariz,
contiene el aliento, mete aire por la boca, contiene el aliento de nuevo y
luego expulsa todo el aire. Según el entrenador, esa es una buena manera de
oxigenarse.
―¡Sale! ―grita el entrenador.
Marisol ve cómo sale Erica y
espera su señal. Se empuja con fuerza de la pared, coloca su cuerpo en flecha y
da unas cuentas patadas de delfín por debajo del agua. Sale a la superficie y
comienza a nadar en mariposa, intentando seguirle el ritmo a Erica.
―40 segundos ―informa el
entrenador cuando Marisol toca la pared y se para a recuperar el aliento.
―Bien hecho, Marisol ―la felicita
Erica poniéndole brevemente una mano en el hombro.
Siempre le sorprende que Erica no
tenga problemas para hablar después de hacer segmentos de velocidad.
―¿Cuál fue… tu tiempo? ―pregunta,
aún agitada y sin poder controlar su respiración.
―38. No estuvo mal ―responde con
una sonrisa.
En secreto Marisol quiere superar
a Erica y le molesta que las otras chicas del carril le digan que debería nadar
más rápido porque es más joven que ellas.
―Últimos 50 metros ―dice el
entrenador haciendo que Marisol se olvide de todo lo que no sea sobrevivir esos
50 metros.
De nuevo sale Erica primero, de
nuevo la sigue Marisol unos segundos después. Su cuerpo está a punto de darse por
vencido pero se convence para seguir avanzando lo más rápido posible.
De nuevo toca la pared, de nuevo
el entrenador le informa que hizo 40 segundos. Esta vez se quita los goggles y
mira a Erica, que tiene una gran sonrisa dibujada en la cara.
―¡Bajé a 37! ―le dice sumamente
feliz al tiempo que le agarra las manos.
Marisol puede sentir el calor en
la cara y sabe que se debe al contacto. Se alegra de estar roja, agotada y sin
aliento, así no puede hacer nada que delate cómo se le ha acelerado el corazón.
―Muchas felicidades ―le responde
y, luego de milésimas de segundo de duda, la abraza, rogando que no se vea como
algo fuera de lugar. Siente los brazos de Erica sobre sus hombros y bendice ser
unos centímetros más bajita que ella.
―Vamos, vamos, tienen que hacer 500 metros de
enfriamiento y no les va a dar tiempo si no se apuran.
Se separan al mismo tiempo y
Erica comienza a nadar sin previo aviso. Marisol sonríe y la sigue.
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