XXIX. Quebrar
No puede ser. Es lo único en lo
que puede pensar desde el día que Marisol le dijo que le gusta. Por eso ha
hecho todo lo posible por alejarse, por no dar lugar a interacciones
innecesarias. Incluso prefiere bañarse en casa para no encontrarla fuera de la
alberca y no tener que escuchar de nuevo esas palabras. Le duele el pecho de
sólo recodarlo.
Y no es que no le guste (porque sí
le gusta), es sólo que es imposible. No tiene nada que ver con que las dos sean
mujeres porque eso le ha dejado de importar hace mucho. Es simplemente el hecho
de que Marisol es 8 ocho años menor que ella. Es una niña. En ese mismo
instante, debajo del agua caliente de la regadera de su casa, puede pensar en
miles de razones para que esa relación no funcione. Se cuela en su mente la
palabra “estupro”.
Comienza a llorar. Porque sí
quiere, de verdad quiere, pero no se atreve. Y se siente peor cuando borra los
mensajes de Marisol sin siquiera leerlos. Al principio los leía, pero luego el
dolor se volvió intolerable y llegó el miedo. El miedo a lastimarla, a alejarse
de ella y también a quedarse a su lado. El miedo a todo.
Se le va a quebrar el corazón en
pedacitos pequeños y difíciles de recoger y no tiene el valor de hacer algo al
respecto. Podría dejar de huir, enfrentarla y decirle que ella no es así, que no le gustan las mujeres, pero
que pueden ser amigas. Eso sería mejor para las dos. Pero tiene miedo y siente
dolor y en realidad lo más fácil sería ahogarse un día y olvidarse de todo.
No puede dejar de llorar. No
puede. Debe hablar con ella. Debe hacerlo.
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