XXI. Venganza
―¿Entonces me lo vas a decir?
―pregunta Dana impaciente.
Marisol duda. Ambas están
recostadas en el piso del cuarto de Marisol haciendo el resumen de un libro que
deben entregar al día siguiente en la clase de español. Dana le pidió ayuda a
Marisol el día anterior cuando se dio cuenta de que no había avanzado nada y
Marisol aceptó ayudarla con la condición de que terminaran antes de que tuviera
que ir a la alberca.
―Es una obligación ―responde por
fin Marisol.
―Esa no puede ser la única razón.
¿Por qué no puedes faltar? ¿Qué hay de maravilloso en ir a nadar? ¿No es mejor
ayudar a tu mejor amiga? ―las palabras de Dana irritan a Marisol, así que se
levanta y se sienta en la cama.
―La condición era terminar antes.
Simplemente no puedo faltar al entrenamiento y debo ver a... ―se calla de
golpe. No puede decirle a su supuesta mejor amiga que el motivo principal por
el que se somete al tormento del entrenador cada día es el deseo de estar cerca
de Erica. El corazón le da un brinco violento con sólo pensar en su nombre.
Dana se levanta también y se
sienta a lado de ella.
―¿Siempre si conseguiste un
novio? ―murmura con tono conciliador.
―No es un novio, es…―“una amiga”
quiere añadir. Pero Erica no es exactamente su amiga. La describiría como la persona
que le gusta, su amor imposible.
―Ya entiendo. Te gusta alguien y
sólo lo ves cuando vas a nadar, ¿no?
La comprensión de Dana la asusta.
Se pone roja y las palabras se le atascan en la garganta.
―Sólo debes decirle que te gusta,
Marisol ―continúa Dana alzándose de hombros como si no hubiera más remedio.
“Tal vez no lo hay”, piensa
Marisol.
―No es tan fácil. Ell-él es
mayor, tiene más de 20 y nunca se fijaría es mí ―se maldice un poco por hablar
de esas cosas con Dana.
―No te preocupes por eso, dicen
que no hay edad para el amor. Además, no pierdes nada con intentarlo.
Marisol asiente con la cabeza.
Dana tiene razón. No hay edad… ni género, aunque eso ya lo sabía. Suspira.
―Apúrate con la tarea que te
tienes que ir en una hora.
―Pero Marisol… Creí que por
ayudarte ibas a aceptar quedarte ―responde Dana lloriqueando juguetonamente.
―No, pero gracias por el consejo
―sonríe.
―Ah, ya llegará el momento de mi
venganza.
Marisol comienza a reír, se baja
de la cama y vuelve a acostarse en el piso. Se siente feliz porque ahora sabe
qué debe hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario