XXVII. Leer
No puede postergarlo más. Es
ahora o nunca. Erica sale de la alberca en el momento justo.
―¿Podemos platicar un rato? ―le
pregunta.
―Claro ―Erica le sonríe de esa
manera amable que siempre hace que se sienta feliz.
Caminan en silencio hacia la
salida y en lugar de que cada quien tome su rumbo rápidamente, se sientan en la
banqueta a cierta distancia de la puerta principal.
―¿No podíamos empezar a hablar en
el camino? ―aunque Erica se ríe un poco cuando dice eso, Marisol tiene la
impresión de que está nerviosa.
―Es mejor si estamos cómodas
―responde con la voz más tranquila que puede encontrar. Intenta soltar una
risita pero no puede, se le queda en el pecho y le causa incomodidad.
―Está bien ―estira las piernas y
clava la mirada en las puntas de sus zapatos deportivos―. ¿Pasó algo?
―No. Bueno, sí. Algo así. Es que…
Erica… tú… ―respira profundo. Por un momento no se cree capaz de decirlo―. Tú
me gustas Erica, me gustas mucho.
Erica voltea hacia Marisol. Tiene
los ojos muy abiertos y la cara roja. Se muerde el labio, se pasa las manos por
la cara y susurra algo. Marisol no puede escuchar las palabras pero puede leer
sus labios. “No puede ser”.
―Erica…
Erica ignora su súplica. Se
levanta y comienza a alejarse. No se despide con la mano ni le dirige una
última mirada. Sabe que de nada le sirve ir tras ella, que lo más probable es
que no la escuche. La incomodidad en el pecho de Marisol se convierte en dolor.
“Sí puede ser Erica”, piensa
antes de comenzar a llorar desconsoladamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario