XXVI. Labios
―Enséñame a nadar.
A Erica le hace gracia la
petición dicha en voz baja, como si se tratara de un secreto.
―Tú ya sabes nadar ―responde apenas
abriendo los ojos. Allá arriba, en el árbol debajo del cual están acostadas,
alcanza a ver la cola de una ardilla.
―No. Quiero nadar como tú
―insiste Marisol, que se ha incorporado y se ha acercado más a Erica.
―Nadas casi tan rápido como yo
―murmura cuando decide abrir los ojos por completo. Se encuentra de frente con la
cara redonda e infantil de Marisol―. Nadas bien.
Marisol no se mueve. Erica
tampoco.
Erica empieza a ponerse nerviosa
debido a la proximidad, así que mejor se dedica a memorizar los detalles: las
cejas sin depilar, la nariz ligeramente ancha, las mejillas tersas, nuevas, sin
tantas lágrimas amargas, los labios amplios, limpios de brillo o labial.
Parpadea lentamente y en esa
fracción de segundo siente los labios de Marisol sobre los suyos. Abre mucho
los ojos a pesar de que se trata de un beso superficial, un contacto prolongado.
No se mueve. Intenta que el calor no le llegue a la cara.
Marisol rompe el contacto. Tiene
la cara roja y su respiración está agitada. Erica no sabe cómo reaccionar. De
todas las cosas que le pasan por la cabeza, la principal es que Marisol es casi
10 años menos que ella y que eso no está bien de ninguna manera.
Marisol se pone de pie de
repente, con brusquedad, y se echa a reír, aún con la cara roja. Erica nota que
el corazón le está latiendo muy fuerte y que las manos, apretadas en puños, le
sudan mucho.
―Deberías ver tu cara ―dice
Marisol entre risas que a Erica le parecen incómodas y falsas―. No creí que te quedarías
pasmada. Creí que a tu edad ya nada te sorprendía.
Erica se sienta, respira profundo.
―¡Oye! Tampoco es como si fuera
tan vieja... ―reclama, convenciéndose de que lo mejor es tomar todo como un
juego.
Mira el reloj. Faltan quince
minutos para las seis, hora de irse.
―Ya vámonos, Marisol, no quiero
llegar tarde y que el entrenador nos ponga algún castigo.
Se pone de pie y toma sus cosas. Marisol
se le acerca, le toma la mano, entrelaza sus dedos con los suyos. Es la primera
vez que le agarra la mano y el contacto le parece demasiado íntimo. Erica se
aclara la garganta. Entonces Marisol comienza a caminar hacia la alberca.
No hace nada por soltarse,
simplemente la sigue. Algo se agita en su pecho y reconoce que se trata de
miedo. Suspira. Por lo menos le queda el consuelo de que llegarán a tiempo.
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