lunes, 30 de junio de 2014

Alivio y alegría

Su mente quedó en blanco. Parpadeó en repetidas ocasiones para intentar asimilar la información. La frase que le había dicho Lucía hacía unos segundos, tal vez ya minutos, seguía dando vueltas por ahí: siempre me has gustado. Y la sensación que le dejaba era algo... extraña, un sabor agridulce en la boca.

Lucía había sido mejor amiga desde secundaria, y de eso hacía ya unos quince años. Y esa confesión eran tan repentina, fuera de lugar. Un par de semanas atrás, su amiga rebosaba felicidad y parecía que por fin sentaría cabeza con un joven muy atractivo que trabaja en la misma empresa que ella. Ahora venía a decirle que el susodicho no había significado nada para ella.

Pero en el fondo había algo más: alegría. Alegría de que su amiga no estuviera con nadie más, de que de nuevo tuviera ojos sólo para ella, de que le hubiera dicho esas sencillas palabras. Y alivio, mucho, enorme, sincero alivio, aunque no podía precisar su origen. Sería tal vez porque en algún momento, hacía cinco o seis años, se había sentido tentada a besarla cuando estaba distraída.

Sin embargo, ahora todo era distinto. Ya no era una adolescente con ganas de experimentar, sino una mujer que... ¿que qué? Sonrió, que nada. Se golpeó la sien con un dedo, cansada de no haber hecho nada con su vida. Miró a su amiga, que seguía sentada frente a ella en la mesa del pequeño restaurante en el que comían cada semana.

 Podemos intentarlo dijo al fin, convencida de que si salía mal sólo tenían que retroceder.

Después de todo, no podía ser tan difícil.

No hay comentarios:

Publicar un comentario