Se acercó corriendo a la jardinera, lista para la actividad ilegal. Volteó hacia todos lados, asegurándose de que a nadie le importaba lo que hacía. Entonces, en un abrir y cerrar de ojos, cortó la rosa blanca. Se rió del letrero que decía "no corte las flores", justo encima del otro que rezaba "no pise el césped". Se resistió a pisar el pasto amarillento y, con paso tranquilo y la respiración calmada, regresó hacia la silla de ruedas que estaba junto a una banca.
Le extendió la rosa a la mujer sentada en la silla y ésta extendió una mano huesuda hacia ella. La sujetó, la olió, la besó y le dedicó una sonrisa agotada por culpa de tantos tratamientos a la mujer que había "robado" la flor para ella. Y a ella se le llenó el corazón y por un instante se sintió capaz de encarar la muerte de su amada...
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