miércoles, 4 de junio de 2014

Por todo el pueblo

Todos le decíamos que se fuera, que la dejara de una vez por todas porque estaba loca y le iba a salir haciendo algo. Pero ya sabe usted cómo es la gente, nunca escucha y viene a pelar a uno cuando está más tiesa que el pan de doña Leonor. Si viera qué pena me dio la pobre muchacha, tan joven, tan bonita y con tanto futuro. Si hasta tenía estudios y se compraba ropa bonita, como esa que usan en las películas.

Cuando regresó al pueblo venía de acabar la universidad. Yo la verdad la había visto porque era hija de la finada Eulalia, la que atendía la tortillería, y porque aquí todos nos conocemos. Pero esa vez todos le pusimos atención. Llegó con una muchacha rara, una marimacha, con el pelo corto y ropa de hombre. La Eulalia salió a recibirlas y rapidito se le vio la cara de tristeza. Dicen que de eso murió, de la decepción que le dio la muchacha.

Luego se nos hizo hasta normal que esas dos anduvieran de la mano y como la otra parecía hombre, nadie se metía con ellas. La Eulalia por fin se murió y en unos meses la chamaca se empezó a pasear menos por el pueblo, ya sólo la veíamos cuando iba a trabajar al municipio. Al principio pensamos que era por la tristeza de tener a la madre muerta pero llegó el chisme de que andaba con moretones en la cara y en los brazos. Quién sabe cómo, porque así pasan las cosas en los lugares pequeños, nos enteramos de que la marimacha la golpeaba. Pero feo, eh, no bofetadas ni arañazos, sino madrazos con el puño, como mi marido, que en paz descanse, me llegó a pegar.

Fue entonces cuando le empezamos a decir que se fuera. Aprovechábamos cuando la otra se iba al bar de Justo, el que está por la Conasupo, para hablar con ella. Siempre nos decía que no era nuestro asuntos, que nos metiéramos en lo que nos importaba, que éramos una bola de chismosos... cosas de esas que muchas veces tienen razón pero luego sirven de algo.

Y un día sólo la mató. Eso lo supimos en el instante, porque los gritos se escucharon por todo el pueblo, y ya ve que ni es tan chiquito aquí. Primero los reclamos, después los sonidos de bofetadas y un ruido como de algo rompiéndose, estrellándose. A mí me lo dijo el corazón porque le dije a mi comadre Senaida: "ya ve usté, comadrita, si no se lo habremos dicho a la chamaca" y luego empecé a llorar.

Los policías llegaron después que nosotros. Yo vivo a una calle y estuve hasta adelante, cerca de la puerta cerrada. No había nada de ruido, por eso se sentía más el miedo. Las lágrimas me salían en silencio y cuando los policías quisieron entrar, todos nos movimos despacito, parecía que nos arrastrábamos. Pero en ese momentos todos vimos lo mismo: un charco de sangre, una cabeza rota y la otra, la asesina, la de los pantalones de hombre, sucia en un rincón.

En serio es una lástima.

No hay comentarios:

Publicar un comentario