lunes, 26 de agosto de 2013

Tres años de heridas



Decidió llamarle porque necesitaba sexo. Al menos eso se repetía. Una vez, dos veces… diez veces. Era una relación superficial. La última vez que la había visto, habían tenido sexo y ahora no sería diferente. Tres años después. La verdad era que la extrañaba. Incluso repasaba la posibilidad de aún estar enamorada de ella.
Gracias a la internet, supo qué era de su vida. Durante tres años se dedicó a espiarla. Sabía a dónde iba, con quién se llevaba, por qué compraba ciertas cosas. Nunca osó establecer un contacto mayor. Le bastaba con ver sus fotos saliendo de un concierto o en un congreso de médicos. Era suficiente.

Sin embargo, había llegado a un momento de ansiedad insoportable. Ni siquiera el café la calmaba. Se sentía vacía. Necesitaba a alguien a su lado. Pero no a las chicas que conocía en foros de sexo o a quienes coqueteaban con ella en el metro. No, necesitaba a la mujer que la había abandonado hacía tres años.
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Se sujetó con fuerza a los barandales de la cama. Esperó, paciente. Su amante se acercó por detrás despacio. Sintió cómo le acercaba un artículo con forma fálica a su abertura vaginal. Cerró los ojos y se relajó. Era la primera vez que lo hacían… así. Por lo general, ella sólo la penetraba con los dedos o le hacía sexo oral. Estaban innovando.

Poco antes de que el miembro de plástico entrara en su cuerpo, pensó que no había tenido algo tan grande dentro. Entró. Aunque su amante tuvo la gentileza de lamerla por todas partes y de colocar lubricante adicional, le dolió. Mucho. Le recordaba su lejana primera vez.

— Carajo, m-me duele —murmuró con la voz débil, como si hubiera corrido una gran distancia.

Finalmente sintió la zona pélvica de su amante cerca, demasiado cerca, de su trasero. Aturdida como estaba, le dijo que la amaba. La otra no respondió, tal vez por falta de audición o de importancia. Daba igual. Comenzó a moverse. Seguía doliendo pero encontraba placer en ese dolor. Pensó que se desangraría.

Sabía que su amante se masturbaba con un dildo pequeño, dejándolo en su vagina mientras vibraba un poco. Le habría molestado si fuese su novia. Pero era sólo su amante. La sola idea le excitaba. Dentro del dolor, algo involuntario se movió y tuvo un orgasmo. No podía compararlo con los de siempre, ése era más lejano.

Soltó los barandales, esperó a que su amante sacara el aparato de su interior y se dejó caer. Tenía la impresión de haber gemido mucho y, por la cara de ella, así había sido. Sentía un vacío incómodo y un leve ardor.

Esa noche, salieron del hotel de paso más tarde de lo habitual. Cada quien tomó su camino. No se besaron ni concretaron otra cita. No la volvió a ver.
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No le hizo preguntas cuando la abandonó. No cambió su número de teléfono, ni su correo electrónico, ni su dirección. Y su amante jamás se molestó en buscarla. A pesar de todo, la extrañaba.

Marcó el número que nunca había olvidado rogándole al cielo, al karma y a lo que quisiera aparecerse, que no lo hubiera cambiado. Era mucho tiempo. Sonó varias veces antes de que una voz conocida respondiera.

— ¿Sí?

Se alegró.

— Necesito sexo —dijo sin más preámbulo. Así funcionaba, ¿no?

La voz del otro lado de la línea titubeó.

— ¿Cuándo y dónde?

— Ya mismo, en el hotel de siempre.

— De acuerdo —colgó.

Esa vez, se maquilló. Un poco de base, rubor, mucho negro en los ojos y mucho rojo en los labios. No creía recuperarla pero de alguna forma tenía que expresar lo mucho que aún la amaba. Salió dispuesta a que hiciera sangrar sus heridas.

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