miércoles, 28 de agosto de 2013

Sin fin



Volvió a ocurrir...

No es que haya sido tarde, no es que haya estado ocupada, simplemente me has sorprendido. Después de tantos años ya debería estar acostumbrada a tus repentinas llamadas, pero esta vez me pareció diferente.

Al sonar el teléfono dudé en responder. Tal vez mi sexto sentido me estaba asustando. Descolgué el auricular y no oí nada, ésa era tu costumbre.

— ¿Aló? —no respondiste, simplemente preferías esperar a que yo hablara de nuevo—. ¿Eres tú?

— Sí —y callaste. Otra vez el silencio.

— ¿Cómo has estado? —pregunté tratando de aparentar algo que no era. Prefería ser inocente y simular que no había nada de qué hablar.

— Bien —hiciste una pausa—. Sólo quiero preguntarte algunas cosas.

— Te escucho, ya sabes que respondo a todo —dije y reí tratando de disimular mi nerviosismo.

— ¿Confías en mí? —tu primera cuestión que sorprendió, yo mejor que nadie te había demostrado eso.

— Sí. ¿Por qué no debería hacerlo?

— Bien —silenciaste un minuto, como meditando. Ésa era tu forma de ignorar mis preguntas—. Si te lo pidiera, ¿harías algo por mí?

— No lo sé —me detuve un momento, quería ser cautelosa—, supongo que sí —luego reí un poco, risa que no correspondiste.

— ¿Has dicho cosas mías a otras personas?

— No —eso era algo que no debía dudarse.

— ¿Segura? —tu respuesta me molestó: cómo podías dudar de mí a esta altura.

— Sí —y, sin embargo, sonreí—. ¿Es todo?

— No. Sólo falta una pregunta. ¿Me has mentido?

— Puede ser.

— Responde, ¿lo has hecho? —tú siempre queriendo saber más.

— Hay mentiras piadosas y —en ese momento recordé lo que me dijiste hace tiempo, cuando yo te cuestioné lo mismo—... de las otras.

— ¿Y con cuáles me has mentido?

— No lo sé —mi clásica respuesta ante tu clásico tono de voz—. Creo firmemente que todas las personas mienten, auque a veces no se percaten de ello. Creo que sí lo he hecho... digamos que sí.

— Eso es todo. Nos vemos —cómo odiaba eso.

— Hasta algún día.

Segundos después colgaste. Me quedé ahí, inmóvil, mirando nada y a la vez todo. Traté de convencerme de que tus preguntas no tenían ningún motivo pero... encarar a la persona que dejaste por su bien no era nada fácil.

Pensé y volví a pensar. El tiempo transcurría y parecía oír el monótono tic tac de mi reloj. Me dejé llevar, creo que estaba cómoda así. Momentos antes estaba en medio de la sala con el teléfono entre mis manos, pero me encontré en mi habitación, recordando...




Esa noche de lluvia.
Tú y yo solas en medio de mi oscura habitación.
Un secreto, una confesión.

Te miré en repetidas ocasiones. Estabas ahí, sentada en uno de los sillones de mi alcoba. Parecías no prestar atención a nada en especial.

Yo estaba en mi cama, sentada y con los ojos cerrados, sintiéndote más cerca con cada minuto que pasaba.

Silencio. Un silencio delicioso y abrigador. Y lo rompiste, me hablaste de tu familia y de cómo te sentías por ser la mayor de cuatro hijos. Yo guardé silencio y cumplí sólo con escuchar, no sabía qué decir.

El tiempo seguía su curso y, después de meditarlo por mucho tiempo, decidí terminar con esto. Parecía que tú lo sabías, guardaste silencio y me miraste. Nos miramos. Por un momento el miedo al rechazo se borró y mi voz firme se abrió paso:

— Siento algo por ti —fue lo mejor que pude decir.

— Te amo —tu tono de voz era dulce, eso me encantaba de ti.

— Quiero... que seamos pareja —mi inseguridad comenzó a reflejarse y esperé tu respuesta con los ojos cerrados, temiendo.

— ¿Pareja?

— Sí. No me gusta decir —bajé el volumen de mi voz— novia.

— Pero no quiero lastimarte.

— No debes preocuparte por eso —dije al tiempo que compartía tu silencio.

— Quiero intentarlo —por fin, lo que tanto ansiaba escuchar. Pude apreciar tu dulce sonrisa y te correspondí.

El silencio volvió a reinar, y te sentí más cerca. Cada instante que pasaba sentía que algo estaba creciendo en mí y cambiando dentro de ti.

No lo pensé mucho, sólo me levanté y me coloqué frente a ti. Mi rostro bajó hasta el tuyo y no pude evitar que el deseo de besarte se apoderara de mi ser. Y lo hice. Vi tus ojos, tu expresión, te vi a ti...

Estaba sentada sobre ti, seguía besándote. Las dos llenas de pasión y amor. Tus manos, que momentos antes estaban inmóviles, me acariciaban, tocaban cada rincón de mi ser, me exploraban. Los besos se hicieron más profundas y nos dejamos llevar.

La ropa cayó poco a poco, e ignoramos todo lo que nos rodeaba. Pronto el sillón comenzó a parecernos incómodo y te llevé a mi cama. Podía ver tu mirada deseándome, pidiéndome más.

Con un movimiento te empujé y caí sobre ti, no quería dejar de besarte, por desgracia nuestro cuerpo pedía aire.

— Te deseo —pequeños jadeos acompañaban tu voz. Eso me enloqueció completamente.

Mis labios ansiosos por probar más de tu exquisito cuerpo, descendieron lentamente. Pasé mi lengua por tu cuello, lo único que podías hacer era gemir. Aún recuerdo cada sonido tuyo y me estremezco.

— Te... te amo —nuevamente lo decías, pero por alguna razón mis labios no pudieron pronunciar lo que tanto quería decirte.

Continué con tus pechos, tu sabor era embriagante, ya no quería parar.




Volví a la realidad, el teléfono que antes sostenía en mis manos había caído al suelo. Aún pensaba en ti, en cada palabra que dijiste... en todo.

Pequeñas gotas caían en mis brazos, realmente no supe su origen hasta que llevé mis manos a mi rostro, seguían saliendo. Aunque no lo sintiera, estaba sufriendo. Tal vez no lo quería sentir, porque siempre he sido así, me gusta mentir, ocultar todo. Incluso te lo oculté a ti. Aún me maldigo por eso. Me gustaría decirte todo, y no me siento capaz.

Me levanto y miro mi entorno. Todo está inundado de oscuridad. Me olvido del teléfono, de la llamada, de los motivos, de ti...

Traté de luchar y no pude, ahora sólo me queda resignarme. Soy una tonta, una cobarde y trato de escapar de la realidad. Debí haber enfrentado las cosas, debí haber luchado a tu lado, juntas como la pareja que éramos. Debí haber hecho tantas cosas...

Camino en medio de la oscuridad y me dirijo a la cocina. Tomo un cuchillo, mi favorito. Así pienso solucionar todo. Te pido perdón; aunque no lo diga, lo hago. Acerco el cuchillo a mi muñeca, cada vez más cerca. Puedo recordar lo felices que éramos.




La sangre corre, cae como una cascada. Así la vida se escapa, todo se hace imperceptible. Vida y muerte, las dos caras de la misma moneda. Vivimos para morir, morimos para seguir viviendo.




Y esa muerte, ésa que juega por los campos y finge que vive, ella se llevó mi último suspiro. Y por fin pude decir lo que tanto quería.

"Te amo"

No hay comentarios:

Publicar un comentario