Helena acudió al siguiente día a casa de Samanta para ver al pececito
con nodulosis. Resultó no ser muy grave y bastante tratable con un medicamento
que ya llevaba. Después de terminar el tratamiento, tendría que limpiar la
pecera para que la dosis administrada no afectara la salud de los demás peces.
El cuello de Helena ya lucía el precioso collar. A Samanta le aliviaba
verla tan feliz pero le estresaba recordar el collar. No le preguntó lo que
había hecho durante ese mes que no se había dejado ver. Creía adivinarlo y
prefería no pensar en ello.
― Helena, debo hablar contigo.
Helena miraba la pecera más azul de lo común. Volteó hacia Samanta
creyendo que el momento más romántico de su vida estaba a punto de llegar.
― Me gustas ―dijo primero.
Luego se quedó callada mirando fijamente a uno de los peces beta que
estaba justo detrás de Helena. Pasaron cinco minutos, luego diez y después
veinte. Helena ya comenzaba a impacientarse.
― Por eso quisiera que fueras mi novia ―finalizó.
Samanta se le acercó pero le dio miedo besarla. Así que le tomó una mano
y la frotó entre las suyas. Comenzaba a sudar, lo cual la apenaba.
― Sí ―respondió por fin Helena.
Y fue quien tomó la iniciativa. Sentadas frente a la pecera azul de
Samanta sintió que el corazón se le hacía grande y el estómago chiquito.
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